El miedo, el terror y la idea de infancia

Cubierta del libro Tales of Mistery and Imagination, ilustrado por Harry Clarke (1919)


En El corral de la infancia, Graciela Montes cita el Álbum sistemático de la infancia (Scherer y Hocquenghem) para explicar “el peligro del encerramiento y la intermediación, a veces feroz, de los adultos tutelares”. Se trata de ese corral que protege, pero que al tiempo asfixia y encierra. 
A esta idea Montes contrapone el argumento contrario, sobre el desvalimiento de la infancia, sobre esa necesidad de protección que realmente tiene, y que se puede argumentar a partir de los horrores reales a los que muchos niños han estado y están expuestos simplemente por el hecho de serlo.

El adulto, conocedor de esas situaciones reales o posibles, “se siente obligado a proteger al niño y entonces lo aísla, salva al inocente de la contaminación del mundo adulto”. Pero mientras tanto sabe que, en la misma época y el mismo planeta, muchos otros niños trabajan durante horas en pésimas condiciones, mueren de hambre, acompañan a sus padres en su huida de la guerra y de la miseria, sufren acoso, violencia, abusos, se suicidan… 

Montes habla entonces de la “ambigüedad de la infancia”, adorada y reprimida por un lado; explotada y abusada por otro.

Se me antoja entonces que ofrecer historias de miedo a los niños estaría en ambos casos fuera de lugar, bien por no responder a la idea de protección de los primeros, bien por no añadir más oscuridad a quienes ya tienen poca luz (y muy pocas o ninguna ocasión de esparcimiento).
En efecto, muchas de las propuestas del género dirigidas a los niños son amables adaptaciones de la receta gótica, propuestas donde el género es un trampolín para el ejercicio humorístico, para una sesión de terapia enmascarada o una excusa -más o menos fantasiosa- para tratar temas sociales de actualidad.

Una idea que se me plantea en este sentido es que quizá haríamos bien en diferenciar el miedo del terror, como sugiere Chesterton en uno de los ensayos de Lectura y locura (“[…] tal vez el miedo pertenezca al cuerpo, pero el terror es solo del alma”). Tal vez para ese alimentar el alma sin mancillar el cuerpo el terror como género sí nos ofrece experiencias valiosas. 

Es muy posible, y puede que hasta justificable, que nos cueste proponer nuevos motivos para el miedo a explorar por las mentes sobreprotegidas o abandonadas de los niños, lo cual, me parece, no tendría por qué afectar a la posibilidad de permitirles asomarse al terror.

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