No hay puntada sin hilo

Milo Winter, 1888-1956. Alice in Wonderland


    El otro día me topé con una ilustración de 1604 en la que se ve, en la base de la ilustración, a unos niños corriendo detrás de una liebre. En el pie del grabado, el texto explica lo siguiente:

«La imagen de la montaña alude al lugar donde se realiza el proceso de la Gran Obra y que se relaciona con el  hombre. Así, ante la puerta que da acceso a la montaña filosófica, un asceta con su cuerpo consumido espera para penetrar en ella y seguir los pasos necesarios para alcanzar la cumbre donde se halla la Piedra filosofal. Dichos pasos están representados por los múltiples símbolos que ornan la montaña. Mientras tanto, unos niños encuentran casualmente el camino gracias a la liebre que persiguen en sus juegos, lo que significa que la morada de la sabiduría no puede ser tomada por el esfuerzo del hombre y que para penetrar en ella es necesario un azar providencial.»



    Al ver esta imagen, y al leer el texto que la explica, no he podido evitar asociarla con la imagen de Alicia corriendo detrás del Conejo Blanco que «casualmente» la lleva hasta la madriguera que conduce al País de las Maravillas.
    Es seguro que, siguiéndole la pista a esta «coincidencia simbólica», los paralelismos que podríamos encontrar entre las escenas del cuento de Carroll y el grabado alquimista no dejarían de asombrar a quien sepa y esté abierto a verlos. Así funcionan los símbolos. Pero hoy, más que perderme en la exégesis de los cuentos, quiero pensar en el camino inverso: en lo inevitable.
    Las imágenes simbólicas caen inevitablemente en el proceso de creación —al menos en mi caso— como lluvia inesperada, semillas de diente de león, hojas secas o copos de nieve. Así funcionan los símbolos. Luego, cuando toca explicar por qué se dijo lo que se dijo en el relato, siempre parece que el autor no ha dado puntada sin hilo. Y así es en el fondo, porque todo lo que aparece desde esa especie de meditación que es el acto creativo está bañado, se quiera o no, se sepa o no, en esas aguas de la intuición donde actúan los símbolos.
    La literatura, cuando es sincera, no da puntada sin hilo; es inevitable. El ser humano es, al mismo tiempo, la tela y la aguja; pero, antes que nada, para poder ser algo, somos el hilo. Desde el más remoto de nuestros recuerdos hasta el último de nuestros planes de futuro, somos el hilo de una narración con la que vamos tejiendo un gran tapiz.


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