CUANDO VAYAS A LA CARNICERÍA

Fotografía: Roberto Molero



CUANDO VAYAS A LA CARNICERÍA

Cuando vayas a la carnicería
que no te corten
ni de aquí,
ni de aquí,
ni de aquí…
¡sólo de aquí, de aquí, de aquí!

Extiende tu brazo.
La mano del otro, con la palma hacia ti, se colocará sobre tu muñeca fingiendo un corte suave practicado con el filo del meñique, que se desliza sobre ella.
Con la misma suavidad avanza los “cortes” en dirección al hombro, haciendo coincidir cada uno con un lento “ni de aquí, ni de aquí, ni de aquí…”

No sé qué efecto tendrá si no forma parte de los juegos de tu infancia. Pero si recorrieron mil veces tu piel con esta fórmula hasta llenar de cosquillas tu axila, es posible que ahora mismo tengas un nudo en la garganta.
Una voz construyó el brazo que acabas de redescubrir. Lo llenó de sensaciones que surgen ahora de tu tacto y tu cerebro, que te recuerdan quién eres. Si tú lo repetías con tu bebé, lo sientes en este momento entre tus manos.

A menudo hablo de René Spitz porque documentó lo que pasaba cuando nos apartan de esas voces y ese tacto. En su estudio Emotional Deprivation in Infancy (1952) podemos observar cómo los niños privados de ese diálogo amoroso producen movimientos y los contemplan como si fuesen ajenos a su persona y carentes de objeto y significado, extraños para sí mismos. Pero en esas imágenes desgarradoras yo veo también la cara oculta de la luna, la que Oliver Sacks señalaba fuera del interés habitual de la neurología, porque ésta se centraba en el déficit.
Yo contemplo la arquitectura perfecta del lenguaje sobre la célula humana y la biblioteca que las familias garantizan a sus nuevos miembros, en toda época y sociedad.
Veo esos juegos de regazo en segunda persona, que precisan un tú y le dan plena existencia. La mano sobre la cabeza en “Date, date, date a la cabecita…”. Las palmas que recorren las mejillas en las “Sopitas de leche”. Los puños que se esconden o se abren en el “Puño, puñete”. El índice sobre la palma que pide y reparte en “Tita, pon un coco”. El “Arre, borriquito” que reúne generaciones en su ritmo acelerado.
Las voces habitan nuestro cuerpo y aquellas que asistieron a su nacimiento permanecen hasta su despedida. En los Centros de Tercera Edad hay una banda sonora interna que sintoniza la infancia. Los ojos y oídos que apenas reconocen a los hijos y nietos, se acunan y bailan entre ecos centenarios. Pueden reproducir sin errores los cancioneros de antaño, aunque no puedan responder a las sencillas cuestiones del aquí y el ahora.
Os dejo con un breve recordatorio de la corporeidad que tan en peligro vive durante el distanciamiento social.

Vuestro cuerpo lleva la firma de un pacto de amor y es el primer beneficiario.


Date, date, date
a la cabecita,
date, date, date
¡pero no te mates!


Sopitas
de leche
¿qué tú no me das
porque no quieres?
¡Zas, zas, zas, zas,zas!


Tita, pon un coco,
que mañana pondrás otro.
¿Quién se lo comerá?
¡Papá, papá, papá!


¡Puño, puñete!
¿Qué tienes en esa mano?
Oro y plata
¿Quién te lo guarda?
La maragata
¡A guardar!
¿Dónde estarán las manos?
Se las llevó el milano.
Por aquí no se ven,
por aquí tampoco…
¡Velas, velas, velas!


Arre, borriquito,
arre, burro, arre,
anda más deprisa
que llegamos tarde.
Arre, borriquito,
vamos a Belén,
que mañana es fiesta
y al otro, también.

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