Caramelización fría


Me permito crear un pequeño monstruo, jugando con los temas de este este post...
¿A qué libro pertenece la imagen de Thé Tjong-Khing? 
¿Qué elemento fundamental de la misma esconde la portada del Manual?


Una tarde de un verano de hará treinta y tantos años, tenía yo más o menos ocho y había decidido que sería pastelera. El manual de recetas de la abuela del Pato Donald sería mi biblia. En mi primera experiencia detrás de los fogones, lo seguiría al pie de la letra.

Mi padre entró en la cocina mientras estaba empeñada en preparar una variedad de galletas que requería el empleo de azúcar caramelizado. El pobre hombre se ofreció ingenuamente para ayudar.
Había una olla que contenía agua y azúcar diligentemente apoyada en los fogones apagados.
Desde la mesa, con las manos cubiertas de harina, le grité desesperada:
–Sí, ¡por favor, ayúdame! Hay que caramelizar el azúcar, ya. Revuélvelo que si no se engancha, ¡revuélvelo que si no se engancha!
Mi padre me miró.
–¡Revuélvelo que si no se engancha! ¡Revuelve, papá, revuelve!
Grité al borde del colapso, ¿qué hacía mi padre mirándome en lugar de revolver el azúcar ya?
Sin decir nada, mi padre agarró una cuchara y se puso a darle vueltas frenéticas a esa mezcla fría de agua y azúcar. Durante cinco minutos. Luego paró de repente.
–Pero ¿qué haces? ¡Revuélvelo que si no se engancha!
Y mi padre se puso a reír.
–Pero si no has encendido el fuego, ¿qué crees que se va a enganchar?
–¿El fuego? Pero el manual de la abuela pata no lo dice…

A lo largo de los años mi padre se ha hartado de contar esta anécdota para subrayar como mi exaltación le había hecho perder momentáneamente la razón. Después de cinco minutos de revolver el azúcar frío como un poseso, se dijo:
–¿Y por qué tendría que engancharse esto si el fogón no está encendido?

Solo tenía que preguntarse el porqué para darse cuenta de lo absurdo de la situación y de lo que estaba pasando. Entonces ya fue él quien me explicó que para cocinar, y en concreto caramelizar el azúcar, hacía falta el calor del fuego… No me hice mejor cocinera desde entonces, pero sí se me quedó clara la idea de que las cosas se hacen por una razón. Al menos si estás cocinando y el frío, el calor, en fin la química, tienen algo que decir al respecto.

Ya hacía tiempo que me había dado cuenta del poder que la desesperación agitada de una hija podía ejercer sobre su padre, haciéndole perder la lucidez, al menos durante un rato, así que eso no era importante. Lo que contaba era saber que las cosas suelen tener un porqué. Las cosas, la relaciones entre los elementos; pero también nuestras relaciones con lo que nos circunda y con las otras personas.

Evidentemente el manual de cocina de la abuela del Pato Donald se saltaba algunos pasos dándolos por sentados, es decir que pecaba un poco de course of knowledge, daba por sentado que su lectores o bien ya supieran que caramelizar azúcar requiere calor o bien que se pusieran a la tarea acompañados. Pero hay libros, libros pensados para la infancia que, precisamente cuando están muy bien hechos y cuando aprovechan al máximo los principios estructurales de la relación palabra-imagen, estos libros nos invitan a activar el pensamiento causal, asociando elementos, juntándolos y construyendo sentido a partir de todo eso.

Sí, una vez más se trata de los libros álbum, y esta vez en particular me gustaría proponer una lectura de algunos de estos libros pensada para generar un camino de construcción del pensamiento. Algunos álbumes en particular fundamentan su historia sobre mecanismos específicos del arte de argumentar; otros sugieren una mirada reflexiva sobre la realidad, despiertan preguntas, esas preguntas curiosas, semillas del pensamiento.

En mi casa estamos encantados con la anécdota de la caramelización en frío y no la cambiaríamos por nada en el mundo, sin embargo no me cuesta imaginar un manual de cocina de la abuela del Pato Donald que, bien ilustrado, al mismo tiempo que enseña a preparar platos, nos cuenta algo sobre cómo está hecho el mundo y sobre la relación de causa y efecto y corolarios de las acciones.

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