Momento para la relectura.




Este repentino confinamiento vírico-bíblico al que ahora estamos sometidos me ha sorprendido sin el adecuado acopio de libros ni papel higiénico, y aunque lo segundo no me preocupa (y moriré sin entenderlo), lo primero me enfrenta a un cierto síndrome de abstinencia. Afortunadamente, siempre queda la opción de la re-lectura.

Sobre la relectura, Vladimir Nabokov decía: «Aunque parezca extraño, los libros no se deben leer: se deben releer. Un buen lector, un lector de primera, un lector activo y creador, es un “relector”. Y os diré por qué. Cuando leemos un libro por primera vez, la operación de mover laboriosamente los ojos de izquierda a derecha, línea tras línea, página tras página, actividad que supone un complicado trabajo físico con el libro, el proceso mismo de averiguar en el espacio y en el tiempo de qué trata, todo esto se interpone entre nosotros y la apreciación artística.»

La forma en la que el lector se enfrenta a un libro que ya ha leído es muy diferente a la de su primera lectura. A la hora de volver a sacar un libro de la estantería, meses, años después de haberlo leído, nos llaman aquellos que nos conmovieron de alguna forma, que nos marcaron; aquellos que, como dice Graciela Montes, supieron crear en nosotros «El pequeño vacío indispensable. El silencio, la inminencia y la perplejidad. Ese vaciarse de los pulmones para que pueda insuflarse la palabra, ese ritmo de respiración natural que tiene la lectura.» 

Quizá, este momento de naufragio social por el coronavirus, sea idóneo para realizar un pequeño ejercicio y comprobar cuántos de esos álbumes que llenan las estanterías soportarían con éxito una relectura: una lectura “nueva” del mismo libro; cuántos de ellos nos llevamos a esas islas desiertas en las que se han convertido nuestras casas.

Cuando alguien escoge un libro ya leído para enfrentase a su relectura va buscando algo que no es la historia que se leyó la primera vez; acudimos de nuevo a ellos en busca de párrafos que detuvieron nuestra lectura, líneas que habíamos pasado por alto y que nos prepararon un momento sublime… Nada ocurre, realmente, la primera vez. Quizá ese sea el sentido más profundo de la memoria: recordari (re-cordis), volver a pasar por el corazón. Es en esa segunda vez en la que la vida vuelve a pasar por el corazón cuando realmente sucede, cuando se hace nuestra. De entre todos los libros de nuestra biblioteca, sólo aquellos que releemos son realmente “nuestros libros”.

La lectura de un álbum puede ser más compleja (debería) que la de una narración sin imágenes. El artefacto que se construye en un álbum es un encaje de puntos de vista, silencios, paradojas y posibilidades que nos apelan, no sólo a construir un sentido en su linealidad, sino a entrar en el juego de las ideas y descubrir la forma en la que nos mueve por sus engranajes. El álbum, la literatura, se nos muestra, no en lo que nos dice, sino en los huecos que propicia y nos son propios.

«La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.»
J.L. Borges
La muralla y los libros

Sergio Lairla.

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