Una habitación sin puertas

Ilustración de Ana G. Lartitegui


Hace unos días, Ana Garralón reseñaba en su blog el libro La niña de rojo de Roberto Innocenti. Su artículo comenzaba así: 

“¿Se puede contar, una vez más, el cuento de Caperucita Roja?”

La mayoría de los cuentos se cuentan (se leen) una vez, quizás dos, o tres... ¿Quien querría contar “una vez más” la misma historia a quien conoce todos sus detalles? Pero hay cuentos que no son una historia, sino estructuras arquetípicas donde encajan todas las historias: sistemas de engranajes que siempre dan la hora correcta en el reloj de quien escucha. Caperucita Roja, y todos los cuentos de hadas y de la tradición oral, se pueden contar de muchas formas, sea cual sea la cara de sus personajes y los detalles de la historia, siempre que los arquetipos estén allí presentes: la niña, la abuela, el bosque y, sobre todo, el lobo con su hambre voraz, su ferocidad animal, y la oscuridad insondable de sus entrañas.

“Los cuentos que necesitan vestidos de palabras y de gestos, son los debidos a la invención individual de un escritor o los que piden la intervención de un recitador profesional [...] En cambio los cuentos que no necesitan adornos accesorios en su forma expositiva, los que tienen su gracia en sí mismos, los que nada exigen a la inventiva del narrador, son los que tienen su arte en la simple estructura apologal de su contenido narativo. [...] Cualquiera que haya entendido o captado la estructura de un relato así, en un lenguaje ajeno, puede transportarla a su propio idioma, sin trabajo ninguno.”

Todos los cuentos (Prólogo) – Ramón Menéndez Pidal-

De entre los cuentos de la tradición oral, los denominados “cuentos de hadas” tienen particularidades importantes que los hacen especiales. Una de esas particularidades, aunque no excluyente, es que todos estos últimos tienen la muerte en un recodo; una muerte que nada tiene que ver con el final de la vida, una muerte que no es fuga, que no perdona; una muerte como tránsito en la que no importa si los personajes acertaron o fallaron en su lucha, la prueba es otra: pasar por la puerta. Su triunfo consiste en seguir los dictados de una naturaleza superior a la que, en realidad, ya pertenecen. Enfrentarse con el destino y aceptar un cambio, ésa es la cara de la muerte. Donde no está el lobo, el cuchillo, el hechizo o la manzana como puerta de salida, está el guisante, semilla diminuta, como puerta de entrada: recuerda que tienes un deseo que cumplir, un cometido, has de reconocer esa semilla a través del confort de cien colchones sin sucumbir al sueño... al olvido. Los cuentos de hadas no se acaban nunca; porque tienen una puerta por la que ha de salirse siempre renovado.


¿Hay un hogar? ¿Se parte de algún sitio?
Siempre de las ruinas, pero exigen
las ruinas hogar un día construido.
Se parte de algún sitio, del derrumbe
del manto, de la saya
caída
de la camisa rota,
del ánimo cortado por no se sabe qué,
por no se sabe quién.
Y se encamina uno hacia el pasado.

El humo de Ítaca -Jorge Urrutia-

La búsqueda parte siempre de una necesidad. A partir de un recuerdo borroso vislumbramos la sombra de un ser “completo”, y es entonces cuando echamos de menos todos los pedazos esparcidos de ese Yo que somos y que es preciso volver a reunir. Los cuentos de hadas no son historias,  sino algo más parecido a un pasillo por el que podemos hacer pasar todas las historias y que contiene, justo, lo suficiente: un primer recuerdo y una serie de puertas que hay que atravesar. En ellos, el camino y los detalles han de ser nuestros, de eso no quieren hablar los cuentos de hadas; eso se queda para los cuentos singulares, más preocupados por su “originalidad” que por la verdad ancestral que guardan dentro.

“El cuento moderno es de arte absolutamente personal. [...] Cada cuento pertenece exclusivamente a su autor [...] Estas producciones individuales reniegan del pasado; no quieren tener más antecedentes que su único inventor, quieren que en él comience su historia y en él acabe [...] Pero hagamos la necesaria salvedad: todo engendro, todo parto, supone detrás de sí un interminable abolengo, y el autor más original tiene enorme deuda con el pasado de la colectividad en que vive. Y no es raro que los mayores éxitos dependan de no olvidar demasiado el modelo de los viejos relatos, dotados por esfuerzo colectivo de una sólida y harmónica articulación [...] la originalidad de un Shakespeare no se amengua un ápice, porque todos y cada uno de los episodios de Hamlet provengan de una vieja narración”.
Todos los cuentos (Prólogo) – Ramón Menéndez Pidal- 


Los cuentos que no tienen muerte, por pequeña y alegórica que sea, son como una habitación sin puertas. ¿Y quién puede seguir creciendo en una habitación sin puertas?


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