Pensamientos livianos como pulgas




Sábado 13 de abril Pablo Larraguibel de Ekaré y yo misma estuvimos en La Parada del mercado de l’Abaceria del barrio de Gracia en Barcelona. En La Parada se encuentran libros y fotos, libros ilustrados, libros de autoedición, poemas, piezas únicas. Mientras nos instalábamos para hablar en el Speaker Corner de los sábados por la mañana, en el fondo de una de las cajas expositoras di con este Circo de pulgas de Celia Sacido.



Me sentó bien este sábado por la mañana, por el sol que por fin asomaba la cabeza en esta primavera tozuda, por la calidez curiosa y atenta de esta Parada, por los encuentros y por la presencia física de las cosas (además, después de nosotros, hablaban los responsables de Revela’t, festival de fotografía analógica), hecho normal en un mercado.

Me sentó bien porque llegaba al final de una semana tensa e intensa, de choque con un día a día que tiene la mala costumbre de complicarse. Por esta razón, tener en mis manos un auténtico Circo de pulgas en tamaño real se me hizo el mejor hallazgo del mundo.





Este circo se convirtió en el agujero buscado por el protagonista de La escala de los mapas de Belén Gopegui, en el mar hacia el que desliza la mirada –ese chulo matador– llamado Sonny en Corrupción en Miami (pido perdón por la heterodoxia de los ejemplos y, sí, yo también tengo mis placeres inconfesables).

Parece redundante, pero al abrir el circo de pulgas presentía que iba a presenciar el más fantástico espectáculo de pulgas jamás habido… Y, sin embargo, no veáis la decepción que me llevé: esas benditas pulgas se empeñaban en colgar perezosamente de la cuerda. Insistían en que estaban cansadas y que nadie les iba a estropear su día de descanso. Al principio me supo un tanto mal, desenfundé par de ojos indignados y les sostuve la mirada hasta que pensé que a lo mejor a mí tampoco me vendría mal celebrar el séptimo día. Hay buenas costumbres que jamás tendrían que perderse.



No se trata tanto de que ayer, al entretenerme con el circo de pulgas me diera por disociarme de la realidad, sino de que me dio por dejarme llevar por lo que se escapa a los sentidos. Me dio por detenerme en el mundo de la ficción, donde las emociones que se juegan lo son de verdad, y –aún más– me dio por pensar en mi escala personal. Y pensé en Jakob von Uexküll y sus estudios de los ambientes animales en los que el tiempo fluye en función al sujeto perceptor.

Dice Uexküll que la garrapata, “bandido sordo y ciego, se acerca a la víctima a través del olfato”: ningún elemento del ambiente en el que vive la garrapata le otorga estímulo de ningún tipo, la garrapata percibe exclusivamente el acercarse de un mamífero que contiene la sangre que necesita para alimentarse. Del mamífero la estimulan el ácido butírico y, una vez aterrizada sobre su presa, el calor de su piel y el pelo. Estos indicadores le dicen a la garrapata que ha ido a parar a buen puerto.

No solo eso, el encuentro con un nutritivo mamífero puede acaecer muy de vez en cuando, tan de vez en cuando que la garrapata es capaz de suspender el tiempo de manera casi indefinida, hasta el anuncio de la cercanía de la comida.

Otro concepto de instante lo tiene el caracol, tanto que no percibe lo que se mueve de una manera demasiado rápida para él. Sencillamente no existe.

Me digo entonces: “Vete a saber qué criatura está paseando a mi lado en este instante” y pienso que este mundo es de veras un lugar maravilloso. A veces.








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