CON MIS PROPIOS OJOS


Ningún relato hecho de palabras podría suplir lo que vemos con nuestros propios ojos.  Y podría decirse, desde un punto de vista psicológico, que las representaciones visuales suplen el contacto visual directo con la realidad mucho más eficazmente que cualquier texto. 


El lenguaje, según Chomsky, es el conjunto de oraciones descritas por la gramática ( Comsky, 1983: 232), una facultad biológica que nos corresponde dentro de nuestro patrón genético, según la cual somos capaces de asociar conceptos con palabras y de madurar el uso de un sistema de reglas para expresarnos sin depender del contacto con los referentes, para comunicar experiencias abstractas, etc. Siguiendo la idea de la gramática generativa: «La gramática “genera débilmente” las oraciones de un lenguaje y “genera fuertemente” las descripciones estructurales de estas oraciones» (Comsky, 1983: 232)

Esto viene a decir que la gramática opera en el más alto nivel de abstracción, mientras que el uso práctico de una lengua está influido por una suma de circunstancias, la mayor parte de las cuales son extralingüisticas, cuestión de la cual se ocupa hoy día la pragmática lingüistica. Esto sucede no sólo en el habla, sino también en la lengua escrita de los libros y muy especialmente de aquellos que tienen ilustraciones, porque éstas pueden actuar como marco de un contexto. El texto en un álbum es libre, mucho más libre que en una novela.


Pero retomando el sentido de la vista quiero volver con la comparativa imagen/palabra para aproximarnos un tanto al valor específico del sistema visual como canal. Las representaciones visuales adoptan (obviamente) las leyes perceptuales del visionado y de la cognición. Todo ello fue bien descrito por la psicología de la Gestalt. Estructuramos el espacio de una representación porque lo que estamos manipulando son entidades formales. «La imagen sólo adquiere significación al ser estructurada» (Groupe µ, 1993: 28)


Para la psicología de la forma, no son las palabras las que organizan el pensamiento, sino la percepción semiotizante (Groupe µ, 1993: 47). Esto explica los paralelismos entre formas expresivas verbales y visuales. Explica las evocaciones visuales en acertadas  figuras literarias así como la narratividad eficiente de las imágenes mudas.





¿Podemos decir por ello que la comunicación visual sea un lenguaje? ¿Podemos hablar de lectura de imágenes? En mi opinión, hacerlo sería ignorar algunas cuestiones importantes como la especial relación que mantiene el significante visual con su referente (dentro de un nivel de abstracción muy inferior al de la palabra).

Aquél se corresponde con éste por medio de una relación de «cotipia»(Groupe µ); ambos se corresponden con un «tipo», un modelo interiorizado y estabilizado de naturaleza conceptual. Esto es lo que dota al signo visual de su naturaleza analógica o motivada y hace posible la «ilusión referencial» en las representaciones visuales.






Así las cosas, un enunciado visual es cualquier cosa menos unívoco. Su elevado grado de motivación con respecto al referente provoca en el receptor algo muy parecido a la experiencia directa de un hecho visual. Por más que el ilustrador haya orientado y estructurado su trabajo, cada recepción será distinta por virtud de ese poder insondable de la imagen. Si la lectura es la interpretación de la realidad a través de un código, jamás una imagen podrá leerse porque el sistema visual no puede someterse a código alguno. 


Existen convenciones, naturalmente, para conducirse por el sistema de referencias y elaborar niveles complejos de abstracción. Pero el signo visual es semióticamente débil. Sin embargo «El alma jamás piensa sin una imagen […] Ningún proceso que opere en el pensamiento está ausente en el proceso de visión.» (Arnheim, 1998: 26-27) Gracias al sentido de la vista podemos experimentar la simultaneidad de sucesos distantes; podemos situarnos frente a un objeto y adoptar un punto de vista y medirnos, así, con lo que nos rodea. En el pensamiento visual está el origen de todo pensamiento.







Más allá de lo que reportan los sentidos, nuestra naturaleza visual alcanza otros niveles más profundos de actividad mental: aquellos que operan en el subconsciente, a salvo de procesos racionalizadores. La imagen sugestiona y nos moviliza aunque no sepamos explicar este hecho. La palabra «idea» del griego antiguo tomada en la filosofía platónica, adopta el sentido de «ideas eternas» como «imágenes primordiales».

«La psique de un niño en su estado preconsciente es todo menos una tabula rasa.» (Jung, 1965: 348)

Aprendemos a relacionarnos con el medio interpretando lo que vemos. Construimos imágenes a través de la experiencia. Pero mucho más cierto que esto es el hecho de que somos habitados por la imagen, poseídos por estructuras visuales arquetípicas que dialogan con nosotros abriéndose camino entre sueños, visiones inspiradoras y obras de arte. Este  proceso subyace en cada experiencia visual, como fondo vibrante, latiendo en silencio siempre que algo se ofrece a nuestra vista. Los símbolos e imágenes subconscientes están ahí, participando de nuestro particular  desarrollo emocional, intelectual y espiritual, pero su interpretación no será nunca un proceso lector, por más que las llevemos a los libros.









Todas las imágenes: © Thomas Ott, 2005. Cinema Panopticum, Ediciones La Cúpula.


Arnheim, Rudolf, 1998, El pensamiento visual, Paidós Estética.
Chomsky, Noam, 1983, Reglas y representaciones, Fondo de Cultura Económica.
Groupe µ,1993, Tratado del signo visual, Cátedra.
Jung, C.G., 1965, Memories, dreams and Reflections.



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