Sobre la transparencia



La literatura es, ante todo, comunicación. 

El libro es un transmisor de mensajes y todo mensaje conlleva una ideología, implícita o explícita. Este tema, especialmente complejo en la literatura infantil y juvenil, se ha debatido ya por activa y por pasiva: ¿cómo puede un libro contribuir a la socialización de los lectores sin aleccionarlos?

La tensión entre la misión de educar a los lectores y el deseo de dejarlos disfrutar con la lectura traza una línea con dos polos opuestos que, si los miramos más de cerca, observaremos que tienen más en común de lo que parece a primera vista, salvando las distancias.

Heinrich Hoffmann quiso educar a su hijo a través de sus propias historias. En una época en la que la instrucción moral explícita era utilizada como recurso pedagógico, el psiquiatra asimiló una manera diferente de transmitir los valores del momento. Sus ilustraciones, irónicas, humorísticas y exageradas, resultaban en su efecto didácticas y funcionales, como en este: “Si te chupas el dedo, te lo cortaré” (Lluch, 2003; Obiols, 2004).
                                                                                     Ilustración de Hoffman. Visto en Obiols (2004: 93)


Hoy hemos aparentemente superado esa función abiertamente moralizante de la literatura infantil y juvenil (aunque quienes nadamos en esta pecera de la literatura infantil sabemos bien que en muchos casos no es así). Digamos, por precisar, que al menos una parte de la literatura infantil y juvenil se ha desprendido de aquel tono edificante -y aterrador- y se ha movido hacia formas más sutiles de socialización de los lectores.

Todos nos consideramos menos "tiranos" con la infancia en esta época de lo políticamente correcto. La era de la concienciación sobre la sensibilidad de los lectores se ha hecho tan vaporosa en la transmisión de las reglas sociales que en ocasiones se llega incluso a la paradoja: la anterior imagen de Hoffmann nos parece al mismo tiempo una aberración como argumento educativo insertado en la literatura y una posibilidad transgresora en las obras actuales.

La interpretación, como siempre, dependerá del contexto literario y cultural, y del uso expresivo en la propia obra y en la lectura.

Sin ánimo de defender una presencia absoluta de intención moralizante en los libros para niños y jóvenes, sí es importante evidenciar que ninguna comunicación es completamente transparente y objetiva. La literatura, como el cine, recurre a diferentes estrategias más o menos palpables para confeccionar su mensaje y lo que le subyace.

No olvidemos entonces que los libros en la época actual también dejan traslucir -consciente o inconscientemente- una cierta ideología a sus lectores. Les insinúan cómo deben o pueden sentirse, y también les ofrecen recursos para comportarse en sociedad…

                                                                                       © Liao, J. No soy perfecta. Barbara Fiore Editora, 2012.

… aunque, por fortuna, la literatura que es literatura utiliza métodos sutiles, se apoya sobre otras premisas y produce -o eso esperamos- diferentes resultados.


Bibliografía

Colomer, T. (2010). Álbumes ilustrados y cambio de valores en el cambio de siglo. En: Colomer, T.; Kümmerling-Meibauer, B. y Silva-Díaz, M.C. Cruce de miradas: Nueva aproximaciones al libro-álbum. Barcelona: Banco del Libro, Universidad de Barcelona, Gretel.
Lluch, G. (2003). Análisis de narrativas infantiles y juveniles. Cuenca: Universidad de Castilla-La Mancha
Obiols, N. (2004). Mirando cuentos. Lo visible e invisible en las ilustraciones de la literatura infantil. Barcelona: Laertes.



Comentarios

  1. Efectivamente, el tema es recurrente y antiguo como el árbol del bien y del mal. Hubo un tiempo en el que resultaba casi imposible que en los congresos de literatura infantil y juvenil –LIJ- no apareciera el tema de la implicación del autor y la contaminación moral en los libros para niños y adolescentes. Yo siempre lo tuve muy claro: no soy, no quiero ser, el hombre invisible.

    La voz del autor, sea cual sea la postura y el camino que elija, es, siempre, una voz expuesta y dispuesta a ser contrastada, sopesada y juzgada. El autor, cuando hace literatura ofrece sus ideas; la ideología, cuando juega a ser literatura, no admite cuestionamiento. Es el autor, reconocido y reconocible como tal, quien puede –o no- propiciar "el juego de las ideas" (http://circulohexagono.blogspot.com.es/2010/06/el-arte-la-certeza-y-la-duda.html).

    Aquellos debates sobre la implicación del autor estaban ya pisando en firme los barros del lenguaje políticamente correcto, y allí –aquí- si que hemos encallado. La tela de araña es trampa, precisamente, porque no se ve.

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  3. Me parece un tema muy interesante y sobre el que hay que reflexionar para mantener un conciencia despierta. De todas formas hay dos puntos sobre los que quisiera reflexionar un poco más, uno lingüístico y el otro más contingente, relacionado con el ejemplo de “Pedro Melenas” de Hoffman.

    En relación al primer punto, entiendo el uso amplio de la palabra ideología y sin embargo lo encuentro quizá excesivamente amplio, tanto como para llevar a perder algunos detalles. Citando un ejemplo extremo, entiendo como libro que transmite una ideología el libro ilustrado publicado en 1936 en Alemania (Streicher) “Trau keinem Fuchs auf grüner Heid und keinem Jud bei seinem Eid!” (No confíes en ningún zorro sobre el verde brezal ni en el juramento de ningún judío). Me cuesta más extender el uso del término ideología a todo el espíritu de una época, a lo mejor se trata de un problema mío, pero creo que es importante una distinción de palabras a la hora de remarcar la diferencia entre la obra de un autor que, a pesar de los condicionantes de su tiempo, expresa algo profundamente humano, y alguien al servicio de un sistema de ideas con pretensión de adaptar el mundo no tanto a su punto de vista, sino al punto de vista propio de la ideología que sirve.

    En relación al segundo punto, estoy de acuerdo con lo que estás comentando, pero me extraña la elección del ejemplo. Considero “Pedro Melenas”, un libro cómico que reacciona frente al modelo educativo de la época. Reacciona no tanto proponiendo ejemplos más espantosos de lo habitual, sino cargando de tintas la brutalidad implícita en un modelo de educación que no avala.

    Hay un dato que me llama la atención y es como por ejemplo el encargado de cortarle el dedo al niño, es un adulto que se porta como un niño: tan egoísta y narcisista como para no probar compasión ni amor.

    Creo que el mundo propuesto por el autor es un mundo carnavalesco en el que se evidencia lo feo y absurdo de un modelo educativo. Habría que volver a leer la obra en su conjunto de texto e ilustración, prestando mucha atención a la traducción, porque en varias traducciones se pierden importantes matices (o hasta se reinterpretan). Aun así el planteamiento del libro es suficientemente claro para concluir que, si en el principio se propone este librito como regalo para los niños buenos, no es porque lean preceptos que para ellos en realidad son inútiles porque ya los tienen asumidos, sino –quizá- para que abran los ojos sobre lo que se están perdiendo (la infancia con sus necesidades básicas y urgentes). Así como el niño que en el final es arrastrado por la tempestad, no es un niño tonto, sino alguien que ha logrado huir de un mundo gris y hostil.

    Aquí se encuentra la obra en su integridad y en idioma original: http://www.gutenberg.org/files/24571/24571-h/24571-h.htm. En el blog Le figure dei libri de Anna Castagnoli (en italiano) aparece un análisis apasionante sobre la obra y su origen (http://www.lefiguredeilibri.com/2011/09/27/su-pierino-porcospino-di-heinrich-hoffmann/) que creo es interesante leer para contrastar opiniones.

    Besos,
    Arianna

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  4. Gracias Sergio y Arianna.

    Desde luego, estoy de acuerdo en que hay que diferenciar entre una ideología al servicio de una doctrina (la que sea) y una ideología personal, limitada como todo punto de vista, lícita en cualquier arte y, además, inevitable. El hecho de haber querido equipararlas en esta entrada de modo un poco perverso, lo admito, obedece más al deseo de llamar la atención sobre la primera cuando está oculta que a la intención de hacer una afirmación inapelable.

    Pienso que incluso para quienes estamos acostumbrados a desgranar las lecturas, a veces la "tela de araña" es tan sofisticada que podemos caer como cualquier otro en la lectura ingenua. No digamos entonces los lectores menos expertos. El ser capaces de realizar una lectura distanciada es lo que nos permite dominar y no ser dominados por esas ideas. Creo que la práctica ha de hacerse con todas las obras, pero sobre todo con aquellas con las que nos sentimos más arropados, en las que no es evidente el adoctrinamiento, pues a veces sacaremos conclusiones que no sospechábamos.

    Reflexioné sobre el ejemplo de Hoffman a raíz de la conversación del otro día. Tienes razón, el elemento carnavalesco ya ofrece una lectura nueva y más crítica, aunque haya desacuerdos entre diferentes investigadores en el fin último del texto de Pedro Melenas, como hemos visto. Hubiese sido mejor escoger algo más plano, como la moraleja de Cenicienta en la que se dice que una mujer puede conseguirlo todo con gracia y belleza. Apuntado, y aquí lo dejo para subsanarlo.

    En cuanto a la palabra ideología, aún no he tenido ocasión pero creo que sería muy revelador explorar su tratamiento en relación con las artes en distintas voces para tratar de llegar a uno o varios términos o definiciones que den cuenta de las diferencias que como bien sugieres, Arianna, son las que producen bien mensajes de contenido panfletario, bien profundamente humanos.

    Muchos besos
    Celia

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  5. Muy interesantes vuestras reflexiones sobre el "Struwwelpeter" de Hoffman. Un libro que provoca mil miradas posibles. En mi infancia, por los años 60, fui receptora de ese libro, del original (en alemán). Estuvo presente mucho tiempo. Y leyendo vuestros análisis (también los de Anna Castagnoli), tomo conciencia de algo curioso: lo que condiciona una lectura, no sólo el espacio y el tiempo en que ésta llega al lector, sino la actitud ante el libro de los adultos en el contexto en el que el niño se asoma a él. La huella mnémica que me queda del Struwwelpeter, tiene un enorme espectro de matices: asombro, temor, atracción, rechazo, pasmo, curiosidad, represión... Y me ha traído a la memoria una especie de "antídoto" popular que complementaba al libro; una canción al estilo de nuesttro "Antón Pirulero" con la que los niños imitábamos excitados a Struwwelpeter dando, por ejemplo, patadas en el suelo de forma irreverente a modo de pataleta de "niño malo". Un ejercicio liberador.

    Encantada de haberme encontrado con Círculo Hexágono.
    Saludos

    Ana-Luisa

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  6. Hola Ana-Luisa, muchísimas gracias por tu reflexión y por compartir tu recuerdo: me fascina el ejercicio liberador del que hablas.

    Un saludo,
    Arianna

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  7. La traducción sería más o menos así:
    "Yo soy Struwwelpeter y estoy orgulloso de ello. Y si alguien quiere aprender de mí, no tiene más que hacer así..." Y al ritmo del estribillo "Tirollerrollerroller, tirollerroller-la...", se daban patadas contra el suelo, puñetazos sobre la mesa o burla con el dedo pulgar sobre la punta de la nariz, etc.
    Curiosa la transgresión de jugar al niño malo mientras el libro te mostraba castigos atroces por esos comportamientos.

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  8. Hola Ana-Luisa, gracias por comentar. Qué maravilloso ejercicio, ¡me dan ganas de practicarlo! Tan curiosa la transgresión como natural, ¿no crees?
    Un abrazo
    Celia

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  9. Ha pasado mucho tiempo desde los anteriores comentarios, pero no he podido evitar recordar este rincón tras encontrarme por sorpresa con un curioso descubrimiento. De modo que aquí lo comparto.
    Leyendo el ensayo "Caperucita al desnudo" de Catherine Orenstein, me encuentro con una insólita documentación: En 1589 fue noticia en toda Europa el caso de los crímenes, juicio y castigo (castigo propio de Santa Inquisición) de un hombre-lobo que habitaba poblados cercanos a Colonia en la Alta Alemania. Destacado desde su infancia por sus maldades, este hombre hizo un pacto con el Diablo, el cual le entregó un "cinturón" que le permitía transformarse en lobo cuando se lo ajustaba a la cintura. De esta guisa cometió los más horribles crímenes: canibalismo, incestos varios y atroces asesinatos. Su nombre:STUBBE PEETER.
    Se conserva en Londres un librito traducido del alto alemán al inglés en 1590; en él, a modo de Aleluya, aparecen las ilustraciones sobre sus crímenes, juicio y tortura.
    Puedo equivocarme, pero no deja lugar a muchas dudas la alta probabilidad de que fuera este personaje el que inspiró el STRUWWELPETER de Hoffmann que, en la portada del libro, luce un ceñido cinturón, así como largos y salvajes cabellos y uñas. Interesante ¿no?

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