El error de Job

En Entre copas (2004), cuando Maya (Virginia Madsen) le pregunta por su novela, Miles (Paul Giamatti) le contesta lo siguiente:

MAYA: So what’s your novel about?
MILES: Well, it’s a little difficult to summarize. It begins as a first-person account of a guy taking care of his father after a stroke. Kind of based on personal experience, but only loosely.
MAYA: What’s the title?
MILES: The Day After Yesterday.
MAYA: Oh. You mean... today?
MILES: Um... yeah but it’s more...
MAYA: So is it kind of about death and mortality, or...?
MILES: Mrnmm, yeah... but not really. It shifts around a lot. Like you also start to see everything from the point of view of the father. And some other stuff happens, some parallel narrative, and then it evolves –or devolves– into a kind of a Robbe-Grillet mystery –you know, with no real resolution.

Es un problema. ¿Cómo explicarle de manera concisa a otra persona de qué va tu obra? ¿Cómo dejarla sorprendida y con deseos de sumergirse en la lectura? Miles parece inmune a semejantes cuestiones, se encarga entonces Maya de sacar las conclusiones por él. Y es en ese resumen apresurado en el que se pierden los matices y la sustancia de etérea de las palabras.

Al recibir originales o al leer la presentación de obras de literatura infantil y juvenil para escuelas, librerías o medios de comunicación lo más frecuente es ver como aparecen fórmulas estandarizadas que tratan de dar en la diana de los supuestos intereses del comprador / suscriptor de literatura para la infancia.

Una de las fórmulas que últimamente he ido leyendo cada vez con más frecuencia es: Los protagonistas descubrirán valores como [añádase unos cuantos valores en boga en la actualidad] y que todo es posible si se cree en ello.

De bote pronto hay dos elementos particularmente irritantes desde un punto de vista moral en tal reducción / promoción de una obra:
1) el obstáculo al desarrollo emocional y apertura al mundo del lector;
2) el ensalzamiento de la apariencia del éxito.


El desarrollo emocional, Sylvester and the magic pebble

 Sylvester and the Magic Pebble, William Steig, 1969

Las cosas en el mundo no funcionan por arte de magia. Y se trata de un conocimiento que poco a poco va adquiriendo cada niño, desde las rabietas y los llantos impotentes frente a una situación molesta (una visita que interrumpe el juego, un cambio de planes, una comida que no quieres engullir, lo que sea) que no se puede hacer desaparecer así como así. En el proceso del desarrollo emocional de cada persona, va incluida la aceptación de que el mundo se mueve de una manera independiente de nosotros y que de alguna manera hay que hacer concesiones a nuestro sueño de omnipotencia para movernos por el mundo, para relacionarnos con los otros, para conocer lo que nos rodea y en definitiva para entrar en esta vida y disfrutar de su belleza y placeres (que los hay a raudales a pesar de todo).
En un marco de este tipo, está claro que las cosas se consiguen con el esfuerzo y que hay que desearlas y creer en ellas, vale. Lo que sin embargo no es cierto es que si crees lo suficiente en algo, entonces lo conseguirás.


Porque no es así. Hay tantas cosas que se escapan al control de una persona que, por muchas ganas que le pongas a algo, puede que vaya mal. Incluso muy mal. Y eso es porque no puedes controlar la voluntad de otra persona, no puedes subvertir las propiedades de las cosas y de la naturaleza, no puedes luchar contra la casualidad y lo imprevisto. Y eso es algo de lo que hay que tomar conciencia.


Pero hay algo más: si, a partir de una visión de este tipo, por un lado se abre el camino para alguien listo para estamparse una y otra vez contra las circunstancias, por el otro se abre otra vía directa hacia el sentimiento de culpabilidad e insuficiencia. Si promulgamos la idea de que con el esfuerzo y creyendo en ellas se consiguen las cosas, entonces, cuando algo no sale como queríamos, puede que sea culpa nuestra. Y son ejemplares los casos de divorcios en los que los hijos se sienten culpables de la separación de sus padres.

Asumir la posibilidad del fracaso es fundamental a lo largo del proceso de crecimiento de una persona.


A través de la solución mágica, de la solución rápida, Sylvester se convierte en piedra. El paso del tiempo le proporciona un espacio de maduración, mientras que el amor de sus padres, imán de la casualidad, lleva al feliz desenlace de la historia.


La apariencia del éxito, The possum that didn’t
 The possum that didn't, Frank Tashlin, 1950
Cubierta de la edición italiana, Donzelli, 2012

Lo más interesante tendría que ser cómo uno hace las cosas, cómo se enfrenta a los problemas y cómo trata de ser feliz. Porque no hay persona que no trate de ser feliz, lo que pasa es que a veces las cosas se complican.

Hay una curiosa tendencia hacia la simplificación de las situaciones y los problemas en pos de una apariencia de felicidad. Como el discurso extendido en los manuales de autoayuda que proponen cerrar los ojos delante de las personas que te entristecen, delante de las situaciones poco confortables. Es decir: la solución sería aplicar una cama de Procusto a todo lo que interfiera con nuestra supuesta felicidad, llegando a niveles inhumanos de ausencia de empatía. A este respecto, sigue siendo de los más interesante el libro Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo de Barbara Ehrenreich, publicado en español por Turner Libros (y su contrapartida cinematográfica Pequeña Miss Sunshine).

Es precisamente en una fase de definición de la personalidad, de competición entre compañeros en la escuela o en el deporte, donde es más esencial tener acceso a una literatura que se ocupe de los matices.

La alegre comadreja colgada al revés de un árbol provocó una impresión de infelicidad a un grupo de amigos de la ciudad. Éstos se empeñaron en hacerla feliz, la llevaron a la ciudad y la obligaron a vivir su vida. Y mientras ellos ganaban medallas, honores, fama (y dinero), la comadreja perdía su alegría vital, hasta el día en el que, durante un paseo fugaz, casi sin quererlo, vuelve al bosque y…


Conclusión, El regalo de la giganta 

En conclusión no se trata de entristecer a los niños antes de tiempo, se trata de contar historias honestas que no pretendan vehicular ideas preconcebidas sobre un camino único hacia el éxito o la felicidad, entelequias que espetadas así como así quedan vacías de contenido. Será que cada persona, en la medida en la que va creciendo como ser moral, se verá abocada a dotar de un significado concreto cada una de estas palabras.

Se trata de ir abriendo puertas, en lugar de marcar autopistas alejadas de las carreteras secundarias para que en la mirada del niño de ahora y del adulto de mañana quepa todo lo que este mundo tiene que ofrecernos, y para que esta mirada se acostumbre a amar, evaluar, escoger, a sabiendas de cómo nos rodea la alteridad (y de la responsabilidad que esto conlleva).

A menudo se dice que con los tiempos que corren, hay que proponer historias de superación, historias positivas. Y estoy de acuerdo, siempre que el héroe no sea un héroe monolítico e imposiblemente invencible (¿acaso Spiderman, Hulk, Batman, Superman son personas sin dudas?), sino que viva de una imposibilidad en cierto sentido utópica o que esté imbuido de empatía.
Boceto de Miguel Pang Ly para La invasión marciana

En los libros en preparación en A buen paso hay un sueño llamado La invasión marciana, escrito por Catalina González Vilar que está ilustrando Miguel Pang Ly. En esta historia el héroe es un señor mayor que recuerda como la primera invasión marciana cambió la vida de humanidad, enseñándole a hablar el vegetatium, un idioma que te permite entenderte con todas las cosas vivas.

Y está El regalo de la Giganta, escrito por Guia Risari e ilustrado por Beatriz Martín Terceño. La giganta e es una mujer que vive en un lejano lugar del mundo. Nadie la ha visto, pero ella existe. Esto es cierto. Y sus aullidos, su llanto, su risa repercuten en las vidas de las personas, y sus sueños, los sueños de la giganta en la oscuridad nocturna llevan las personas a dar alas a la fantasía y recorrer libres este mundo y esta vida.

Imagen preparatoria de Beatriz Martín Terceño para El regalo de la giganta

Porque la vida es bella. Cuando en el libro de Job, Dios decide ir a hablar con el pobre Job y le riñe, lo hace no porque Job lo haya maldecido por las desgracias que le han caído encima, lo riñe porque en su desesperación Job ha llegado a maldecir cualquier belleza que el mundo pudiera albergar. Tal como yo lo veo, el Dios de la segunda parte de Job (1) sabe que existe el mal y sabe que él mismo no puede hacer nada en contra de él, solo compadecer a quien lo sufre como Job. Sin embargo el mal no puede eliminar todo lo bueno que existe. O al menos no debería.

Arianna Squilloni

(1) En la escritura del libro de Job se percibe la evidencia de dos redacciones distintas, de manera que es difícil relacionar el Dios de la primera parte del libro con el que aparece en la segunda.

Comentarios

  1. Anoche, en la cama, leímos La princesa viene a las cuatro (Werner, 2000; editorial Lóguez). Mi hija no lo recordaba y le llamó la atención el subtítulo: Una historia de amor. Yo sólo le contesté que era uno de mis álbumes favoritos pero que a la mayoría de la gente no le gustaba. Cuando lo terminamos me dijo: "No lo he entendido". Y hablamos sobre él.
    De entrada no es fácil de explicar. Y ninguna conversación (o escrito) en torno a él puede sustituir a la experiencia de contemplar la extraña relación entre sus protagonistas, un muchacho metódico y una hiena maloliente que afirma ser princesa. Para ser desencantada, la hiena le comunica que deberá recibir una invitación; El muchacho se la ofrece tras considerar brevemente su tiempo y sus provisiones. Y la princesa llega a las cuatro: Hedionda, tímida, confesando después de la merienda que ha mentido. Él responde sin perder la compostura: "Hace tiempo que lo sabía".
    No hay trasformación mágica; no hay lucha ni pomposos sacrificios; Hay moscas y eructos sin concesiones a la comicidad o al esteticismo. Efectivamente, a la mayoría no les gusta.
    A mi me inunda de ternura y esperanza. Desbanca por completo al patito feo que sólo es aceptado al convertirse en bello cisne (conexión, por cierto, que me brindó mi hija nada más iniciar nuestra charla) y me enlaza con algunos de mis mejores amigos, con mis propios defectos cotidianos, con el amor que me embellece sin inventar otra que no soy yo.
    Me levanto un lunes, con sueño y mal humor, labores atrasadas. Leo tu entrada. Y recupero la noche cálida, las palabras que no buscan soluciones sino encuentros. Te doy las gracias por los libros que editas, que tantísimo nos gustan a Silvia y a mí.
    Y me voy corriendo a la realidad, reconfortada.

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  2. El problema del pensamiento positivo es que no abandona la dualidad. Se aferra a lo positivo. La verdad, en cambio, si acaso existe (opino que sí), debe ser un punto de equilibrio dinámico que va de un lado a otro balanceando los opuestos. Esta verdad, por su puesto, prescinde de la moral y la trasciende. Bueno y malo ¿qué cosa son? La literatura, en todo caso, debería ocuparse del binomio bello/feo, pero igualmente son conceptos relativos y sujetos a mudanza, como todos lo somos. He disfrutado mucho con vuestras reflexiones.

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