The devil is in the details

También para 2012 está prevista la convocatoria de las ayudas a la edición de libros, al menos según la información previa que aparece en la página del Ministerio. Con los tiempos que corren, uno emite un suspiro aliviado y se dice “algo es algo”. Sin embargo puede que algo sea casi nada, o que algo se acerque peligrosamente a la categoría del insulto, o del lenguaje en código que disfraza la realidad y se basa en la letra pequeña. El problema no reside tanto en el hecho de que no sea posible fijar una fecha de resolución ni mucho menos una fecha de pago (dadas las circunstancias, ¿quién se atrevería?), lo realmente molesto se halla en el apartado “los cambios en la convocatoria”.

Dichos cambios, definidos sustanciales en la información previa a la convocatoria, responden a la necesidad de cumplir la normativa vigente (¿cuál?) y “articular un procedimiento más eficaz, transparente y objetivo”.

Plena adaptación a la normativa: en 2012 el editor no tendrá que entregar ejemplares de los libros subvencionados para su distribución en bibliotecas públicas. Con lo cual las ayudas, en todo caso reducidas, dejan de representar una compra de ejemplares y adquieren el estatus de limosna y por ende siguen incidiendo en el empobrecimiento de las Bibliotecas.

La valoración de las obras a subvencionar deviene “más completa y objetiva”: para evaluar el interés cultural de un proyecto, la trayectoria de una editorial y de un autor, el fomento de la comunicación cultural entre comunidades autónomas y la calidad artística (algunos de los criterios mencionados), sería necesario conocer las pautas en las que se basa dicha evaluación.

En relación a los otros aspectos mencionados, sí la descripción se hace más clara y objetiva: atención a las conmemoraciones culturales (ya se conoce la importancia de la memoria y su curioso encanto a nivel de marketing), la recuperación de libros descatalogados, la edición de obras completas, la edición crítica, con lo cual se sigue insistiendo en la importancia de una tradición cultural, hecho al que nadie objeta.

Sin embargo choca la falta total de atención hacia los nuevos creadores. Entre las comprobadas trayectorias culturales y las reediciones, ¿dónde queda el espacio para escritores y artistas que se asoman al mercado?

Si bien queda claro que hay que instaurar un criterio de evaluación de “calidad artística” para no subvencionar cualquier cosa, cabría esperar que la comisión evaluativa tuviera medios propios para individuar dicha calidad incluso cuando no llegue avalada por una importante trayectoria. De otra manera, se queda una con la impresión de que la trayectoria y el renombre pueden tomar el lugar de un criterio de selección, que naturalmente tendría que moverse en un terreno más inseguro y sobre todo ser promovido por personas con cognición de causa. ¿Cómo establecer un criterio de este tipo? ¿En quién confiar?

La situación tiene cierto paralelismo con la cuestión del retrato del ex-ministro Francisco Álvarez Cascos; se puede esgrimir un largo listado de argumentos, pero por como lo veo yo la cuestión se ciñe a un hecho fundamental: “lo hago porque puedo”. Donde el verbo “puedo” significa un poder físico y legal. Y se entiende como la responsabilidad personal abdica frente al pequeño orgullo de presumir del retrato de un gran artista (¿en qué otras circunstancias va a tener uno semejante oportunidad?); mientras la oportunidad comunicativa es aplastada por la prepotencia institucional.

Papa Innocenzo X, Diego Velázquez, 1650, Galleria Doria Pamphili, Roma, Italia

Dadas las circunstancias y en el supuesto de que nos importen los tiempos que vendrán (más que el momento actual), ¿valdrá más la memoria de un ex-ministro que ha confiado su retrato a un artista emergente para impulsar la creatividad y la evolución artística local en tiempos de crisis, o el testimonio de un ministro retratado por el gran Antonio López (según la moda retratista de papas y potentados de la historia)? Diría el escritor italiano Alessandro Manzoni: “Ai posteri l’ardua sentenza” (de momento personalmente me conformo con la revisión retratista de Francis Bacon).


Study after Velázquez's Portrait of Pope Innocent X, Francis Bacon, 1953, Des Moines Art Center, Des Moines, Iowa

Finalmente queda por comentar un último criterio: el número de páginas. Por un lado este criterio técnico de producción dejado caer a secas podría hasta sonar dulce e ingenuo, un criterio de evaluación de una obra de arte puramente a kilos propuesto por un futbolista al que alguien haya pedido que redacte un listado de criterios de evaluación de un libro. El número de páginas.

Los libros ilustrados, los libros infantiles suelen tener menos páginas y se suelen imprimir en cuatro tintas. ¿Podríamos establecer entonces un ratio entre la cantidad de páginas y la cantidad de tintas empleadas? ¿Y evaluar el acabado de la edición y su adecuación al contenido?

Pero a lo mejor soy malpensada y en el bando no se hace otra cosa que referencia a la definición de libro de la UNESCO (en cuyo caso los editores de libros infantiles están perdidos) que prevé que un libro tiene al menos 49 o más páginas (sé que es una manía muy personal, pero más allá de todo lo que se pueda decir, lo que más me irrita en esta definición es que es físicamente imposible que un libro tenga 49 páginas), el resto se relega a la categoría de folleto.

Siguen otros apartados relacionados con los cambios, algunos muy efectivos desde un punto de vista práctico (por ejemplo el intercambio de información con los editores ya no se realizará por carta, sino a través de la página web del Ministerio).

Todo considerado al final la impresión con la que se queda una es que probablemente sí hay un esfuerzo para mantener las ayudas, pero la información de los cambios suena falseada, tanto que las ayudas quedan convertidas en una limosna otorgada a partir de unos criterios presuntamente objetivos, que sin embargo pisotean el alma de la cultura y se amparan detrás de unas cuantas -convenientes- formalidades.

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