Leer es aburrido

© Mariscal
 No hace falta tener mayor sensibilidad para identificar algo aburrido. En cambio, si es necesario cierta sensibilidad para no aburrir a los demás. Entre los niños y jóvenes que afirman que no les gusta leer, es habitual que justifiquen su negativa arguyendo lo aburrido que les resultan los libros. Pocas veces se tiene en cuenta esta opinión. Es más fácil culpar a las nuevas tecnologías, a las redes sociales, a la inconstancia y pereza de la juventud, etc.
Leer puede ser muy aburrido. Especialmente si lo que se lee es literatura infantil o juvenil. La misma obligatoriedad, tan extendida en nuestro ámbito escolar, ya es un verdadero handicap; si esta exigencia viene además acompañada de la guía de lectura suministrada por la editorial o por las dinámicas de animación, el aburrimiento pronto se convierte en tedio vital y sienta las bases de una verdadera aversión hacia la literatura.
Me interesa señalar el vínculo entre el aburrimiento lector y esa idiosincrasia tan arraigada entre nuestros escritores e ilustradores que se expresa en la sentencia “yo no pienso en el destinatario cuando escribo/ilustro”. Semejante actitud no sólo denota falta de empatía (y esto merece una detenida reflexión), sino que además, quien actúa en aras de la pretendida pureza literaria, a menudo carece de la sensibilidad necesaria para darse cuenta de cuán aburrido y perjudicial puede ser su modesta contribución a la literatura ni tampoco se para a pensar por un momento cuanto daño es capaz de producir su mejor intención “entre esos locos bajitos”.

Comentarios

  1. Estoy de acuerdo en que la lectura puede ser muy aburrida, máxime si la guiamos con la pedagogía o la hacemos obligatoria. Ya lo decía Pennac, hay verbos que no soportan el imperativo. Lo que ya no tengo tan claro es que la lij sea especialmente aburrida porque la mediocridad se ha instaladado también en el mundo adulto.
    Quisiera además introducir algunos otros elementos para la reflexión: es cierto que no se toma en cuenta por lo general la opinión de niños y jóvenes, pero no lo es menos que sus respuestas al interés por la lectura están muy mediatizadas por una falta de criterio para elegir buenas lecturas. Y no defiendo yo la formación de ese criterio en base a un argumentario adulto, ajeno a sus intereses y experiencias, pero sí a través de una inmersión literaria que ofrezca situaciones de lectura en cantidad y calidad suficientes y necesarias, sin contraprestaciones.
    También quiero señalar que el hecho de pensar en el público destinatario de una obra no garantiza una sintonía con el mismo y la adecuación a sus gustos y necesidades. Y por el contrario, producir literatura sin tener una idea clara a priori de sus lectores, sino en base a pulsiones y motivaciones internas del artista, puede conectar con un determinado público. Ejemplos hay.
    Perdón por este comentario tan largo que más parece otra entrada, pero es un tema que me interesa bastante y ocupa buena parte de mi tiempo laboral y vital.

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  2. Ya que lo traes a cuenta, Pepines, creo que el primero que abusa de los imperativos es el propio Penac. Basta profundizar un poco en sus citadísimos derechos del lector para descubrir su trasfondo taxativo, vinculante, legaliforme... Para mí, el ensayo "Como una novela" no es otra cosa que un serie tópicos encadenados con escasísima reflexión y análisis. Eso sí, muy seductores.
    Ciertamente, la mediocridad está por todos lados pero en ningún lugar campea con mayor libertad que en el campo de la literatura infantil. Piensa, por ejemplo, que sería absolutamente inconcebible que un autor de tan baja calidad y rigor como Jordi Sierra i Fabra obtuviera el Premio Nacional de Literatura (el Verdadero, no el infantil), imagina el escándalo que se generaría. Tampoco es plausible que un periódico de la envergadura del País regale los domingos cuentos para adultos semejantes a los bodrios destinados al público infantil que año tras año obsequia o vende.
    Yo considero que tengo un criterio propio. Y sin embargo me resulta muy, muy difícil hallar algo medianamente aceptable dentro de la producción nacional de libros para niños y jóvenes. No es suficiente pensar en el destinatario, cierto. Pero sí hace falta respetar al interlocutor, tener algo propio que decir(le) (y no soltarle cualquier perorata), además de contar con un mínimo de exigencia y autocrítica. A eso me refiero cuando cuestiono la actitud “yo no pienso en el destinatario cuando escribo/ilustro”.
    Me cuesta comprender cómo tantos creadores no se dan cuenta de lo aburridos que son. También me cuesta comprender la desidia y falta de interés de los editores que días tras día nos ofrecen remesas de tostones. Cada vez estoy más convencido de que son los autores de libros para niños y jóvenes (con la venia de maestros y editores), los principales responsables de que los niños y jóvenes no lean y se aburran mortalmente cada vez que abren un libro.

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    1. Ahora sí que lo entiendo mejor y estoy absolutamente de acuerdo con lo que dices. Lo de Pennac tampoco me interesa mucho más allá de algunas obviedades que, parece mentira, hay que seguir repitiendo al profesorado.

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  3. No puedo estar más de acuerdo contigo cuando dices “ ... hace falta respetar al interlocutor, tener algo propio que decir(le)...”, y creo que entiendo la forma en la que te cuestionas la actitud “yo no pienso en el destinatario cuando escribo/ilustro”. Creo que lo entiendo y creo que, en el fondo, estaremos de acuerdo; pero no puedo dejar de encontrar un grado de contradicción en el que habría mucho que matizar.
    Yo, personalmente, podría utilizar (si es que no la he utilizado ya) esa frase de “yo no pienso en el destinatario cuando escribo”. Cuando tengo algo que decir (decir-me) busco la forma de hacerlo y elijo el registro que me parece idóneo (relato adulto, cuento, álbum...), e intento hacerlo de forma adecuada y coherente con el registro utilizado. Después de eso... escribir con un ojo en el texto y otro en el lector suele dar como resultado literaturas estrábicas.
    Tampoco estoy de acuerdo con culpar a los autores de la baja calidad de la literatura publicada. Otorgo la venia a los maestros porque es la literatura la que (a posteriori) ha de entrar en la escuela, y el hecho de que la escuela se cuele en la literatura no es sino una perversión editorial más. El escritor es responsable de lo que escribe, pero no más. Allá él con su vanidad, su avaricia o su pulsión creativa. Es el editor el responsable de lo que se edita; responsable de editar lo malo y lo mediocre, pero, sobre todo, de no buscar y editar lo que sí vale la pena. Resumiendo: no creo que podemos culpar a la ternera de que se coma demasiada carne.

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  4. La imagen que se me ocurre, Sergio, es la de esas personas que son buenos contando chistes. Su habilidad, en gran medida, radica en su capacidad de empatizar, de saber llevar al interlocutor, de poder adelantarse a sus reacciones... Destrezas similares deberían cosechar los creadores que se dedican a la literatura infantil. Piensa, por ejemplo, en el subgénero del libro de información o divulgativo, en él es no sólo es importante saber lo que se va a contar sino, especialmente, saber cómo contarlo para resultar estimulante y poder llegar al niño o joven. Es obvio que allí no hay estrabismos y, por cierto, resulta muy ilustrativo observar que en España no se cultiva este género en lo absoluto.
    En cuanto a los escritores y/o ilustradores, son claramente los autores materiales del aburrimiento. No eximo de responsabilidad a editores, maestros y otros mediadores, cuya responsabilidad puede ir desde la complicidad y el encubrimiento hasta la inducción al delito o la autoría intelectual. Pero creo que ya va siendo hora de que cada uno asuma la responsabilidad que ha tenido en la gestación y mantenimiento de la burbuja editorial que actúa sobre la literatura infantil y juvenil española.

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