Continuum

Los libros mudos no hablan. Su materia está hecha de imagen y no sirven para leer. Pueden dar que hablar, eso sí, pero el discurso de palabras limita y restringe todo lo que hay para ver, que siempre es más de lo que hay para nombrar. ¿Cuántas cosas pasarán por nuestra mente mientras contemplamos una escena del Mago de Oz como ésta? A la hora de describir una situación, ¿funciona igual un relato de palabras que una escena visual? ¿Existe lo inefable?


© Ana G. Lartitegui

Los libros han servido por milenios a la lectura. Es difícil, por eso, hacer entender que algo que pueda ser libro, aunque no tenga palabras, deje de servir a la lectura. Pero si leer es decodificar e interpretar mensajes lingüísticos, lógicamente no podrá leerse algo que no pertenezca a lo lingüístico. El medio visual, aún considerando todas las convenciones que hacen posible la comunicación visual, ofrece su resistencia a los códigos. ¿Por qué, pues, se insiste a menudo en que la comunicación visual es un lenguaje? Es cierto que mediante la imagen podemos expresar e interpretar ideas de todo tipo. Podemos, también, relatar en imágenes versiones de historias que antes fueron escritas. Las tramas visuales pueden adoptar forma y función narrativa. Pero creo, sinceramente, que cuando defendemos que la imagen sirve a la comunicación como lenguaje traicionamos la propia esencia de lo visual, traicionamos su inmensa e indómita potencia comunicativa.

La potencia del medio visual, es decir, su caudal informativo, impide en ocasiones que el pensamiento interprete "en directo" una sucesión de escenas complejas. Por ejemplo, si cargamos de detalles una imagen o bien la información visual se estructura de forma compleja, se volverá necesario explorar y pensar detenidamente. Si este tipo de imágenes se suceden una detrás de otra en una secuencia, entonces una interpretación "en diferido" será inevitable. Las obras del autor indonesio Thé Tjong-Khing ¿Dónde está el pastel? (Blume, 2008) y La fête d’anniversaire (Autrement Jeunesse, 2011) son un ejemplo.


© Thé Tjong-Khing ¿Dónde está el pastel?, Blume, 2008

El argumento de ¿Dónde está el pastel? comienza con un robo. Un par de ratas ladronas (a la derecha del dibujo) se dan a la fuga con la tarta que robaron al señor y la señora perro (a la izquierda). Unos y otros dan lugar a una larga persecución trazada como eje central de la historia. La doble página registra cada tramo del trayecto de manera que el lector puede ir siguiendo todo el recorrido hasta el final, momento en que los ladrones son atrapados y apresados. Sin embargo, la trama se ve complicada por las evoluciones de otros grupos de personajes que, de forma simultánea, van desarrollando sus acciones en el mismo sentido. En principio, las diferentes historias se suceden con independencia, pero en su avance se producen cruces, encuentros, intercambios y colisiones de personajes y objetos. Esto provoca que unas historias influyan en otras para concluir felizmente todas al unísono. La disposición simultánea de los detalles se encuentra ordenada y orientada, obligando a la indagación y a la puesta en relación, tareas que llevan un tiempo de observación.

De este modo, el efecto lineal del pensamiento analítico, y del propio tema de la persecución, se verá frenado por el conjunto de sucesos simultáneos. Mientras las imágenes nos obligan a escrutar detenidamente, los personajes no dejan de correr y correr. Es un curioso contraste de sensaciones que sólo podría darse entre las páginas de un libro-álbum.

En efecto, las persecuciones son un tema frecuente en las películas de cine mudo. Esencialmente visuales, se desarrollan mucho mejor sin palabras. Pero el efecto animado no permite frenos para la acción. Dentro de un libro, en cambio, una persecución lineal es perfectamente compatible con el contrapunto. Como vemos en el ejemplo, la doble página ofrece una pausa para la vista. Sin ella la expresión de la simultaneidad sería imposible. El continuum experimentado por los sentidos es una sincronía. La doble página permite la recreación de este tipo de experiencias.

Nuestra experiencia vital es un todo integrado de estímulos simultáneos sobre el que poco a poco el pensamiento va imponiendo su orden artificial. La experimentación de esta simultaneidad no puede ser descrita ni alcanzarse por el uso de la palabra. Para evocarla, el lenguaje forzará las situaciones aludidas haciéndolas entrar en una secuencia. Las representaciones visuales, en cambio, sí lo permiten. Una ilustración a toda página puede desplegar la instantánea de una escena en toda su complejidad, como una red. La ventaja para la imagen está en que la simultaneidad preserva la integridad del campo perceptual, permitiendo al observador el privilegio de descubrir por sí mismo el valor de las coincidencias y de las relaciones espacio-temporales.

Lo verdaderamente importante en la historia de Thé Tjong-Khing no es el armonioso desenlace donde todos los respectivos conflictos quedan resueltos, sino probar que los fenómenos nunca se dan aislados, porque la simultaneidad juega su parte, terreno al que la palabra sólo llega por medios indirectos.




Comentarios

  1. Hola Ana: me interesa mucho tu planteamiento pero creo que cierta prodencia analítica puede resultarnos útil al aproximarnos al complejo tema que abordas. Sostienes que "leer es decodificar e interpretar mensajes lingüísticos" y, acto seguido, añades que "lógicamente no podrá leerse algo que no pertenezca a lo lingüístico". Una partitura musical, un compuesto químico o la palma de la mano pueden leerse y, sin embargo, ninguno de ellos son, en sí mismos, "mensajes lingüísticos". Así que, siguiendo el sentido común, leer parece ser algo más que "decodificar e interpretar mensajes lingüísticos".
    Antes de discutir si se leen o no se leen los libros sin palabras, en mi opinión valdría la pena profundizar en qué entendemos por lectura.

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  2. Estoy de acuerdo. Podríamos, entonces, ampliar la definición de lectura y dejarla así: "decodificar e interpretar mensajes codificados". La cuestión que me interesa es subrayar es la fuerte resistencia del sistema visual a la codificación y, por ende, a la lectura. En cuanto a "lectura" de las líneas de la mano, como la "lectura" del Tarot, los posos del té, las entrañas de un conejo, etc. son interpretaciones de señales, no lecturas de códigos. Curiosamente este sería el caso de la señaletica. Hay buena parte de convención, pero no códigos. La significación simbólica permite la interpretación, pero no puede restringir la ambigüedad del signo.

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