Muertes posibles

© Edward Gorey. The Gashlycrumb Tinies
La pregunta sobre qué hay después de la muerte, a dónde vamos y, en definitiva, si nuestra vida, con sus bienes pasajeros y sus injustificables dolores, tiene algún sentido aparece en la infancia. En la actualidad, son numerosos los libros destinados a los más pequeños que se ajustan al antiguo género de la «consolatio». Se trata de obras destinadas a ayudarnos a sobrellevar la pena, a calmar el dolor, a soportar la ausencia.
Otra modalidad literaria vienen a ser los libros que arrojan una interpretación del más allá, ahondan en imágenes del cielo/infierno, de un otro mundo (¿no-mundo?) o de cómo la energía no cambia sino se transforma son más bien escasas, por no decir inexistentes. Bien sea signos de los tiempos, cambios de mentalidad o la consolidación de lo políticamente correcto, lo cierto es que, en contraposición a una fecunda tradición pictórica, carecemos de un imaginario vigente del más allá que se exprese en libros para niños.

  © Carlos Cotte. Chumba la cachumba
La tradición macabra, en cambio, sí da muestras de vida en la literatura infantil. Abarca desde un filosófico El pato y la muerte de Wolf Erlbruch (Barbara Fiore), pasando por un pegadizo Chumba la cachumba, ilustrado por Carlos Cotte (Ekaré), o la encantadora Pequeña parka de Arianna Squilloni y Arianne Faber (A buen paso), hasta el mordaz Los pequeños macabros de Gorey (Zorro rojo). Son obras herederas de una tradición cultural que los vincula con la imaginería tardomedieval y el teatro renacentista, y se alimenta del legado aportado por Holbein, Aldegrever, Rowlandson, Posada... A pesar de las grandes diferencias existentes entre estos álbumes, su empleo de la sátira presupone un planteamiento moral y una intencionalidad ética. Se trata de libros que nos hacen pensar la muerte y, entre risas, nos empujan a afrontar los sentimientos que genera en nosotros la misma idea de nuestra muerte.
© Wolf Erlbruch. El pato y la muerte
Así pues, a grandes rasgos podemos hablar de tres aproximaciones al tema de la muerte en la literatura infantil. La primera, comprende una perspectiva psicológica o terapéutica y su planteamiento puede sintetizarse en el proyecto de sobrellevar la muerte (de otro, evidentemente). El segundo planteamiento habría de aportar un modelo de explicación (religioso, científico, mitológico, filosófico…) El último, como ya adelantamos, se vale de la imagen de la muerte como el espejo en el que se refleja la vida. Frente a él, no nos queda otra que asumir nuestra finitud, fragilidad y hasta la futilidad. Además, esta imagen tiene el poder de trastocar valores, jerarquías y convenciones y, aparentemente, también puede hacernos tomar consciencia de “lo verdaderamente valioso” de nuestra vida (se entienda como se entienda) e invitarnos a actuar en virtud a ello.
En los tres casos descritos, lo que nos ofrecen los libros es una representación de la muerte. Y es que, en la medida en que no hemos tenido una experiencia directa de la muerte, sólo podemos valemos de sus representaciones. Representaciones que operan como ficciones. Nada demuestran, no tiene mayor importancia que sean verdaderas o falsas, correctas o incorrectas si son verosímiles. Y serán verosímiles si, en tanto que obras de ficción, consiguen ‘el pacto de la lectura’; esto es, si nos persuaden para que aceptemos como creíbles, por ejemplo, el diálogo de un pato y una sonriente calavera, unos danzantes esqueletos que suscitan la risa y las ganas de bailar, a una niña parca que con su guadañita acude a tan macabra escuela o a una ristra de niños que mueren en alfabético orden. 
Si solemos distinguir entre la representación y el objeto, entre la ficción y la realidad, entre lo verosímil y lo verdadero… ¿por qué entonces no distinguimos entre la retórica y la lógica?, ¿entre la persuasión y la demostración? La ficción no demuestra, persuade. No existen mundos posibles poblados por patos que se bañan en el lago con la muerte en carne y huesos (¿o solo debería decir en huesos?), ni mundos posibles en los que los esqueletos que los habitan coman a las ocho bizcocho, ni mundos posibles con colegios para pequeñas parcas… Aunque me cueste creerlo, quizás sí haya un mundo posible en el que resuciten los cuerpos u otro en los que existan más dimensiones de las que somos capaces de comprender. En todo caso, pienso que poco tiene que ver las representaciones de la ficción con la lógica de los mundos posibles. En una habitan asustadizos patos que tienen mucho que decirnos acerca de la muerte, en la otra no.
© Arianne Faber. Pequeña parka

Comentarios

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  2. Creo que no es correcto contraponer lógica y retórica, demostración y persuasión. La lógica no demuestra de por sí, la lógica en realidad sirve para explicitar el lenguaje e identificar las reglas que permiten establecer relaciones de consecuencia entre las proposiciones de dicho lenguaje. Sirve en definitiva para identificar las líneas de fuerza de un lenguaje y las implicaciones de sus proposiciones. En este sentido sirve para darse cuenta de lo que implica lo que estamos afirmando no solo si tratamos de demostrar la existencia de dios, sino también cuando tratamos de comunicar algo, cuando reflexionamos sobre lo que presuponen nuestras afirmaciones o cuando nos preguntamos sobre las líneas de fuerza de un mundo imaginado y sobre lo que tenemos que presuponer para creernoslo.

    Besos,
    Arianna

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  3. Querida Arianna:

    Perdona que discrepe contigo. En el marco de la lógica formal la contraposición entre persuasión y demostración, lógica y retórica no sólo es correcta sino además necesaria. Efectivamente, hay modalidades de la lógica moderna donde aparentemente estas oposiciones no son necesarias.
    No entiendo muy bien qué quieres decir con que “la lógica no demuestra de por sí” cuando justamente demostrar consiste “en explicitar el lenguaje e identificar las reglas que permiten establecer relaciones de consecuencia entre las proposiciones de dicho lenguaje”. Además, acepto todo esto siempre y cuando nos mantengamos en un nivel formal.
    Aunque sea modal o intuicionista, la lógica es una teoría de la prueba. La ficción no se ocupa de pruebas (ni siquiera la novela negra) sino de procurar la aceptación del mundo imaginario que se le ofrece al lector. “Lo que tengamos que presuponer para creérnoslo” ni es objeto de la lógica (que se encarga de la prueba) ni de la literatura (a la que le es un problema totalmente ajeno), quizás sea competencia de la psicología, de la neurobiología o de los talleres de escritura creativa. No lo sé.
    Por otra parte, la ficción se puede permitir ser ambigua, contradictoria, propiciar dudas y emplear narradores poco fiables. En otras palabras, la literatura puede jugar con nuestra “fe” lectora y, al mismo tiempo, imposibilitar su formalización lógica.
    El tema da para mucho y acepto que tengo fuertes reticencias. Mi temor hacia estas aproximaciones teóricas a la literatura infantil se debe a que en ellas suelen primar la metodología sobre el objeto de estudio, incluso muchas veces violentando a su antojo al mismo objeto de estudio. Además, siempre se corre el peligro de incurrir en la sobreinterpretación. Pienso por ejemplo en esas tesis doctorales que aplicaron las funciones de Propp a, por ejemplo, "Cien años de soledad" o a la lectura químico-metalúrgica de la "Caperucita roja" a manos de Sermonti, donde la Caperucita representa al cinabrio y el lobo al cloruro mercurioso.
    Besos, Gustavo.

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  4. Querido Gustavo, no logro estar de acuerdo contigo en la limitación de la lógica a la sola teoría de la prueba. Porque esa no es nada más que una rama de la lógica y en ningún momento me he referido a ella. Por otro lado lo que decimos, hacemos y estamos dispuestos a creer corresponde al tipo de relaciones que consideramos aceptables o no y tiene que ver con una determinada percepción del mundo y de las cosas. En ningún momento he hablado de reducir la ficción a un esquema, sino que me he apoyado en diferentes estructuras de mundos posibles como muleta para reflexionar sobre las macroestructuras de los mundos de ficción (¿por qué en una película el que al final se revelará como el asesino tiene que aparecer en los primeros diez minutos?), sin ánimo de encasillar ni sobreinterpretar porque, esto sí, comparto tu mismo miedo sobre el primar de la metodología sobre el objeto de estudio. Arianna

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