Zapatos de plata sobre un camino de oro


A veces, lo que hay que escribir son las instrucciones de uso de un reloj, y es preciso encontrar las palabras justas para utilizarlas con el sentido preciso. Otras veces se trata del hombre con su tiempo, y entonces es Cortazar. La literatura dice la verdad cuando no muestra las cosas por su nombre.

Esta paradoja está en el fondo de todo aquello que contiene a la palabra, también en los cuentos más antiguos, que a veces fueron cuentos para dormir a los niños y otras veces fueron cuentos de hadas. Éstos, antes que nada, son estructuras simbólicas en las que encajan desarrollos espacio-temporales simples, y a veces no tan simples. Todo, en los cuentos de hadas, ocurre en un país muy, muy lejano, tan lejano que sólo podemos verlo en nuestro interior, justo en la línea que separa nuestra consciencia de nuestro subconsciente; sus personajes son arquetipos de nuestro ego: todos somos el príncipe y la princesa, la madrastra, el cazador, el rey y la reina, en nosotros viven los siete enanitos y las trece hadas. Siempre hubo alguien contando un cuento de hadas y siempre, bajo una u otra forma, habrá alguien escribiendo un cuento de hadas.


En 1.900 se publicó el libro “El maravilloso mago de Oz” escrito por Lyman Frank Baum e ilustrado por William Wallace Denslow, quien dos años después se pelearía con el autor por los derechos para la adaptación de la obra al cine. Fue el libro para niños más vendido durante los dos años siguientes a su publicación, y el libro por el que todo el mundo recuerda a L. Frank Baum, a pesar de que el autor escribió otros trece libros sobre el mundo de Oz, sesenta y cuatro novelas, ochenta y dos relatos cortos y más de doscientos poemas.



Tras su éxito, “El maravilloso mago de Oz” fue objeto (y aún sigue siéndolo) de innumerables interpretaciones, la mayoría de ellas desde un punto de vista psicológico, sociológico e incluso socioeconómico (algo parecido al maravilloso mundo de las interpretaciones que Bruno Bettelheim abrió con su “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”) en las que vale la pena, por curiosidad, perderse un rato. Más cabal parece, a la hora de buscar interpretaciones de la obra, tener en cuenta la relación de L. Frank Baum con la Sociedad Teosófica cuyos objetivos eran formar un núcleo de la Fraternidad Universal de la Humanidad, sin distinción de raza, credo, sexo, casta o color, fomentar el estudio comparativo de la religión, la filosofía y la ciencia, e investigar las leyes inexplicables de la naturaleza y los poderes latentes en el hombre. Tres son, según la teosofía, las cualidades fundamentales para la evolución del hombre: el valor, la pureza y el intelecto; y tres los personajes que acompañan a Dorothy en su viaje: un león cobarde, un hombre de hojalata sin corazón y un espantapájaros sin cerebro.

El propio Lyman Frank Baum dijo acerca de su obra: “Creo que a veces el autor tiene un gran mensaje que transmitir y ha de utilizar el instrumento que tiene a mano”. Y es que, a veces se trata de escribir las aventuras y desventuras de una niña con su perro, y otras veces son zapatos de plata sobre un camino de oro.

Comentarios

  1. Una de las cosas que me gusta en la historia del Maravilloso Mago de Oz es el tratamiento que Baum da a los personajes. Si nos fijamos bien en cada trance de los muchos que los personajes han de superar, el espantapájaros que cree que no sabe pensar es quien aporta las ideas, el leñador de hojalata que siente su corazón vacío es quien da mejores muestras de compasión y el león cobarde quien con su arrojo saca al grupo de los apuros. Por su puesto, el Maravillosos Mago de Oz resulta ser un farsante que termina huyendo y la pequeña Dorotea finalmente consigue regresar a casa (mito del eterno retorno) gracias a los zapatos de plata que calzaba desde el principio de sus aventuras. Todos ellos tienen en su interior lo que buscan fuera con tanto anhelo. Ahí es donde creo que está el mensaje universal de de esta obra. Más allá están los detalles esotéricos que se apoyan en símbolos que no son realmente de tanta importancia.

    ResponderEliminar
  2. La obra está plagada de símbolos desde el primer momento; desde la misma entrada del libro, con las primeras descripciones del entorno (descolorido y quemado por el sol) y la aún más exigua descripción de la casa (que a mí me remite de inmediato a "La poética del espacio" de G. Bachelard) Baum está animando a prestar una atención especial al lenguaje simbólico de la obra. Sin embargo, el símbolo requiere mantenerse (como las raíces) por debajo del suelo de la lectura. Resulta maravilloso descubrir estos símbolos cuando se presentan; pero nunca deben ser desvelados, ya que éstos alumbrarán una luz diferente en el subconsciente de cada uno.
    Seguramente, el peso de esta obra (y su éxito inmediato) esté apoyado en la fuerza del símbolo; pero, efectivamente, la obra no son los símbolos. Lyman Frank Baum escribió un cuento, no un tratado de teosofía, y eso es lo que sigue llamando con tanta fuerza en nuestro tiempo, tan distinto ya de aquellos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares