Il circo Alessandro Fratelli


 St. Médard sur Ille es un pequeño pueblo bretón. Como pueblo francés que se precie tiene un bar, una panadería, una epicérie, una iglesia y un ayuntamiento. Además, tiene una peluquería y una escuela (con biblioteca escolar, por supuesto).
El pueblo consta de una calle principal y otras pocas calles que, según se mire, tienen su origen o desembocan en ésta. El censo indica que, entre los habitantes que viven propiamente en St. Médard y aquellos que habitan las granjas aledañas, suman unas 1154 almas.
Aunque son pocos los habitantes que permanecen en el pueblo en el mes de agosto, pues la mayoría disfruta de sus vacaciones, año tras año el circo Fratelli levanta su carpa a la entrada de St. Médard. En dos únicas funciones se puede disfrutar de un espectáculo en el que la ternura y la valentía, el humor y el miedo, el asombro y la perseverancia, la imaginación y la nostalgia… cautivan al espectador con independencia de su edad. 
A pesar de lo que anuncia su cartel, el circo no dispone de leones ni de elefantes. Sus fieras son unas palomas, un gato, un perro, un caballo, una llama y un bisonte que por razones desconocidas no acudió a la arena. Cada número atiende a un género bien definido de la tradición circense y se apropia de él. Y las estrellas de la compañía son dos hermanas (de aproximadamente cinco y siete años), su hermano adolescente (que en ocasiones se avergüenza al protagonizar ciertos números y en otras se siente orgulloso de su actuación), la madre que combina el trabajo de malabarista y de adiestradora de palomas, un medio-tiempo domador y medio-tiempo payaso, la mujer mayor de la caja que también vende las palomitas de maíz e incluso sirve de auxiliar al payaso y, por supuesto, el gran maestro de ceremonias, el director: Alessandro Fratelli.
La grandeza del circo Fratelli radica en su pequeñez y autenticidad. Carece de los sobrevalorados artificios y corrección política del trasnacional Cirque du Soleil. Las proezas exhibidas son de andar por casa: las niñas muestran su dominio del hula-hoop, el hermano maneja el lazo con la pericia de un aprendiz de vaquero, el gato “Felix” trepa por una escalera y sortea una serie de obstáculos, el chucho anda sobre sus patas delanteras y la llama se limitaba a ostentar su exotismo. Lo maravilloso de este circo es la atmósfera que se consigue crear y la seriedad y el rigor con que cada artista muestra se arte y atiende a la pequeña audiencia. El espectador se sumerge en su fascinante mundo y a la salida del espectáculo los niños sueñan e imitan sus números favoritos.

Tras la anunciada llegada de nuestro familiar circo italiano y su discreta partida, apreciamos los ciclos de la vida. Bajo su carpa disfrutamos, niños y adultos, del espectáculo de la infancia, la madurez y la vejez. Sentimos la presencia invisible de la muerte y nos embarga la fuerza de un Eros que aviva nuestra ilusión. Pero, sobre todo, la función culmina con la promesa de volver al año siguiente, con más diversión, a este pequeño pueblo de St. Médarde.
Creo que es mucho lo que podemos aprender de este circo italiano. Sobre todo quienes nos dedicamos a crear para niños.

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