Sobre la coincidencia en los territorios de la imaginación

En Estas ruinas que ves de Jorge Ibargüengoitia (RBA, febrero de 2011; primera edición Editorial Joaquín Moritz, 1975), un día el protagonista y sus colegas de la universidad de Cuévano (“ciudad chica, pero bien arreglada y con pretensiones”) van a visitar los jardines del señor Cruchet, allí contemplan especies vegetales cuanto menos singulares:
«Carlitos Mendieta, que conocía los jardines como nadie, nos sirvió de guía. Nos llevó antes que nada a ver la Golonquídea redonda, un árbol traído de África que crece como sombrilla, tiene hojas en forma de manos y da frutos que al ser comidos provocan convulsiones.
 Visitamos también la Carándula nepótica, un árbol de las Guayanas, que extiende sus ramas para proteger a sus parientes, que acaban por estrangularlo, la Tríbula estupefacta, cuya sombra produce dolor de cabeza a los que están jugando baraja, y la Enciclopedia bombástica, un árbol gigantesco, que da frutos del tamaño de una bala de cañón, que no sirven para nada.»
Y a veces útiles, otras decorativos y otras tantas provistos de consecuencias inesperadas e incontrolables son los híbridos creados por el eminente filósofo natural Bombastus Dulcimer y recopilados en la enciclopédica Bombástica Naturalis obra de Iban Barrenetxea (y pensando en ellos, quizá sea inevitable recordar la Nonsense Botany de Edward Lear, 1871).
Jorge Ibargüengoita era un estupendo escritor mexicano, autor de novelas y esplendido articulista siempre centrado en la generalizada falta de sentido común, un señor curioso que en cierto momento decidió bautizar una planta pretenciosa que aparecía en una de sus novelas Enciclopedia bombástica. (Actualmente algunos de sus artículos están disponibles en la recopilación Revolución en el jardín publicada por Reino de redonda, 2009.)
No sé cómo llegó Ibargüengoitia a asignar los nombres a las plantas del jardín del señor Cruchet, pero creo que tanto él como Iban Barrenetxea tienen que haber compartido al menos alguna lectura y me gusta pensar que en algún momento puede que su curiosidad y su sentido por las palabras los haya llevado a coincidir en la apreciación de las cualidades grandilocuentes de un nombre que por su empleo histórico venía a cuenta utilizar.
En el caso de Iban todo empezó con Darwin. O mejor dicho, todo empezó con el abuelo de Darwin, Erasmus Darwin. Filósofo natural, fisiólogo, inventor y poeta.
Precisamente su poema The loves of the plants atrajo la atención de Iban, en este poema Erasmus Darwin explicaba el sistema taxonómico de Linneo. En la figura de este personaje, Iban vio mezcladas referencias a las plantas y a las invenciones (no hay que olvidar el hecho de que el primer híbrido botánico fue creado por Thomas Fairchild en 1716). Así nació el dibujo “con el orondo personaje, aún sin nombre, montado en su peral bicicleta”.

© Iban Barrenetxea, ilustración de Bombástica Naturalis, A buen paso, 2011

El nombre de Bombastus llegó por un lado de un homenaje a Paracelso, cuyo nombre completo es: Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim. Bombastus se sumó a Dulcimer, palabra quizá evocada un poco por la ternura del personaje, un poco por su sonido (aunque el Dulcimer sea también un instrumento musical, así como el Gamelan, palabra que también aparece en la Bombástica Naturalis).
La obra de Bombastus Dulcimer (una botánica fantástica como por ejemplo lo es también la Botanica parallela de Leo Lionni, Adelphi 1976) no podía llamarse de otra manera que Bombástica Naturalis y debido a su espíritu ilustrado y progresivo, debido a lo absurdo de muchas de las invenciones presentadas, quizás cabe recordar que en español el término bombástico (derivado del inglés: bombast, algodón de azúcar) significa: “hinchado, campanudo o grandilocuente, sobre todo cuando la ocasión no lo justifica”.
Naturalmente en el mundo de Bombastus Dulcimer confluyen otras referencias, no última la del doctor Frankenstein que asoma también gracias a la limitación autoimpuesta del orden alfabético que obligaba a Iban Barrenetxea a encontrar una planta cuyo nombre científico empezara con la “Y” (por lo visto hay poquísimas). Iban dio con la Yucca, a la que dotó de humanidad y (al menos esto es lo que se intuye) un tanto maléfica, realizando el proceso inverso al de la tradición que ve seres humanos transformados en plantas ya sea mientras huían de las atenciones de un dios (como Dafne perseguida por Apolo), ya sea porque condenados a las penas del infierno (es el caso de los suicidas en el infierno dantesco) o castigados por un mago (tanto en la tradición como en la propia Bombástica Naturalis).

Canto XIII del Infierno de Dante Alighieri, Gustave Doré

© Iban Barrenetxea, ilustración de Bombástica Naturalis, A buen paso, 2011

La Yucca Vavato Terribilis, un espantapájaros con exceso de iniciativa, en su siniestra naturaleza leñosa y seca llega a recordar algunos de los personajes dibujados por Pierre Amédée Varin en Drôleries Végétales (Drôleries végétales. L'Empire des légumes, mémoires de Cucurbitus Ier, recueillis et mis en ordre par MM. Eugène Nus et Antony Méray, dessins par Amédée Varin, Gabriel de Gonet, París, 1861).

La Yucca espantapájaros aparece al final del abecedario junto con la Zantedeschia umbrella descensoria, es decir la Cala paracaídas y con su aparición se cierra no solo la suma de los inventos de este ínclito científico, sino también el día entero en el que Bombastus Dulcimer ha estado ocupado en un paseo por el pueblo georgiano en el que vive. Como todo genio extravagante que se respete, Bombastus no camina, sino que acude a medios de transporte como el Pyrus aerostatica, Peral aerostático, que le permiten volar. Y Bombastus no es el único personaje de cuento que puede permitirse parecido medio de transporte, ya que por ejemplo vuela en un globo-pera también el protagonista de ¿Dónde está mi hermana? de Sven Nordqvist (publicado en español por la Editorial Flamboyant).
Bien pensando: la silueta de una pera contemplada al revés ¿no es el más obvio de los globos? Cualquiera diría que sí y la coincidencia en dos libros distintos en los que el curioso medio de transporte se inserta naturalmente en la lógica fantástica de cada uno de ellos es indicativa del hecho de que en el territorio de la imaginación hay lugares al alcance de todos.
En lo específico se suele encontrar lo humano, por esta razón habría que desconfiar de los libros que pretenden abarcarlo todo, contar historias pretendidamente universales porque se relacionan con valores, situaciones y características genéricas, porque precisamente nacen del artificio. Es en lo específico donde confluyen experiencias alejadas entre sí y es en el momento en el que el lector se ve reflejado en una imagen bizarra o una inquietud tan peregrina como definida con precisión de cirujano, cuando toma conciencia de pertenecer a la comunidad humana y, a pesar de todas las diferencias que nos individualizan, de compartir un núcleo irreducible con sus congéneres.

Comentarios

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  2. ¡Qué deliciosa y jugosa coincidencia en los territorios de la imaginación!
    Una entrada que es todo un pozo de sabiduría y me ha hecho recordar mis tiempos de estudiante de farmacia cuando disfrutaba de las claves de Linneo y del Dioscórides renovado de Pío Font Quer. ¡Qué pena no haber conocido entonces todas estas referencias!

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  3. ¿Estudiaste farmacia? Un día de estos endrás que contar cómo te pusiste a eso (mientras de paso explicas cómo se aprenden las letras del alfabeto (sigo curiosa)).

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