Storie della storia del mondo

—Papá, ¿quién me regaló este libro?
—Una amiga de la tía Natalia.
—¿Por qué?
—Hablabas de Ulises sin parar.
—¿Por qué?
—Yo te contaba sus historias.
—¿Por qué?
—Siempre me ha gustado Ulises.


Storie della storia del mondo (Griegas y bárbaras) de Laura Orvieto es el primer libro del que tengo memoria, me lo leía mi padre los sábados a la hora de la comida. Yo todavía no sabía leer.

La edición que me leía mi padre era la trigésimo quinta reimpresión, publicada en 1958 por Marzocco, Florencia, y era ya vieja y delicada. Este año se celebra el centenario de su publicación y, en la feria de Bologna que acaba de terminar, la editorial Giunti ha presentado la nueva edición del libro y una exposición de las mejores obras que han participado al concurso convocado para volver a ilustrar este libro y ganado por Cristina Storti Gajani.


En esas comidas (además de traumatizarme con su cocina experimental) probablemente mi padre mató a una científica en ciernes, ya que me encontré tan a gusto entre las pasiones y los sufrimientos de los griegos, que (sin darme cuenta) dejé de buscar y decidí que las personas eran lo importante. No solo eso, sino que además me quedó claro que de los seres humanos y de las complejidades de sus pasiones los griegos sabían un rato y no me importó morar en sus territorios.

En el catálogo White Ravens de 2011, aparece una novela italiana que se me hace muy indicativa: Sposerò Berlusconi de Nicola Cinquetti (Rizzoli, 2010). Noè, apasionado de filosofía antigua y chocolate kinder, ama a la bella e inalcanzable Arianna, quien sueña con casarse con Berlusconi. En este contexto, apunta el texto del catálogo, «leer literatura clásica puede llegar a ser un tipo de resistencia revolucionaria contra la revolución».

Lo que recuerdo con más claridad de Storie della storia del mondo era mi animadversión descomunal hacia Laomedonte, rey de Troia, padre de Priamo. Él y no otro era el responsable de la guerra y de todas las desgracias que la rodearon. ¿Qué no era así? Y tanto. ¿A quién se le ocurre llamar a dos dioses (nada menos que Apolo y Poseidón) para que te construyan un muro que haga de tu ciudad una ciudad inexpugnable y no pagarle lo prometido? No solo eso (y aquí me enfurecía y casi llegaba a escupir el arroz con exceso de mantequilla que mi padre había preparado siguiendo al pie de la letra —o eso contaba él— una receta del siglo xix), sino que además amenazaba con cortarles las orejas. ¿Cortarle las orejas a un dios en una época en la que se creía en ellos?

El oportunismo descarado y prepotente de Laomedonte marcaba el futuro de la ciudad de Troia y sus desgracias. ¿Cómo iba a ser de otra manera?

Pareceré monomaniática, pero una vez más, todo empieza por la responsabilidad personal. En perspectiva me gusta pensar que el desencadenante de Storie della storia del mondo sea este:


Leo estaba en la plazuela y tenía una pelotita en las manos. La lanzaba al aire y la cogía, y la volvía a lanzar y a recoger. Lia lo miraba y la mamá leía.
—Si eres capaz de agarrar la pelotita te doy 20 liras —le dijo Leo a Lia.
La mamá levantó la cabeza del libro.
—¡Pero si no las tienes las 20 liras!
—No, pero ¡estoy seguro de que Lia no podrá coger la pelotita!
—Y si por casualidad lo lograra, ¿qué harías entonces? Tendrías que portarte como Laomedonte.
—¿Quién era Laomedonte?
—Era un rey.
—¿Y qué hacía?
—Prometía sin mantener.
—¿Me cuentas la historia de Laomedonte? —pidió Leo.
Y la mamá la contó.

A partir de este momento aparecen narradas por capítulos las historias de los Atreides (vaya familia), de Ulises, Aquiles, Priamo y Paris, y las voces de los niños vuelven a hacerse escuchar para pedir más o para preguntar.

No me daba cuenta entonces, pero al leer el libro hoy en día, las preguntas de los niños y las respuestas pacatas de la madre son lo que hacía de esta narración algo especial y alejado de lo que vendría a ser una mera adaptación. Están los porqués de Leo y Lia, sus repetir palabras y conceptos extraños, su opinar sobre las acciones de hombres y dioses, su desear (a veces) un final diferente. Está el curioso, activo e íntimo dialogar de los dos niños con su madre y con las historias del mundo, que vendría a ser un poco un hablar de lo que es ser una persona.

Arianna Squilloni

Comentarios

  1. ¡Bravo, Arianna! Qué preciosa entrada.

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  2. Muchas gracias papá de Noé, ¿eres el auténtico papá de Noé?

    Arianna

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