La pregunta de la Oruga


Siempre siento vértigo a la hora de dar una definición de literatura infantil. Zohar Shavit, profesora de la Universidad de Tel Aviv, empieza así su capítulo La posición ambivalente de los textos. El caso de la literatura para niños (Teoría de los polisistemas. Madrid: Arco/Libros, S.L., 1999).


«Como ya he señalado en otra ocasión, la pobre imagen de sí mismo que tiene el sistema de la literatura para niños impone al texto constricciones diversas y muy rígidas, tales como la necesidad (muchas veces contradictoria) de apelar al mismo tiempo tanto a los niños como a los adultos, la tendencia a la auto-perpetuación, la aceptación sólo de los modelos bien conocidos ya existentes y la resistencia del sistema a admitir otros nuevos. Aunque la mayor parte de los escritores para niños escriben en este marco de constricciones algunos tratan de superarlas gracias a dos soluciones extremas: rechazar a los adultos en su conjunto (típico de los sistemas no canónicos), y apelar esencialmente a los adultos utilizando a los niños más como excusa que como destinatario real (típico de los sistemas canónicos).» (Zohar Shavit, 1999:147)


Para la profesora israelí, la literatura infantil que consigue asentarse rápidamente en el sistema canónico para niños lo hace introduciendo en su construcción, de forma simultánea y dinámica, dos sistemas literarios distintos: el de los niños y el de los adultos.


«No se pretende que el niño, el lector oficial del texto, lo entienda todo, sino que se convierte más bien en una excusa para el texto que en su genuino destinatario.» (Zohar Shavit, 1999: 157)


No cabe duda de que la Teoría de los Polisistemas ofrece aguas más profundas por las que moverse a la hora de cuestionarnos y analizar la literatura infantil, sin embargo, no puedo dejar de pensar que muchas veces, entre los análisis complejos y rigurosos, se nos escapa algo importante.


«Más aún, estos textos, oficial y originalmente etiquetados como literatura para niños y con una posición dominante en el centro del sistema canónico para niños, muchas veces tienen que ser reescritos (abreviados o simplificados) para hacerse comprensibles y ser completamente entendidos por ellos.» (Zohar Shavit, 1999:149)


Zohar Shavit utiliza en su estudio Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas por su idoneidad metodológica, ya que su propio autor, Lewis Carroll, una vez sorprendido por el éxito de aquel cuento que no nació con la pretensión de llegar a ser libro, escribió dos versiones nuevas y diferentes de la historia atribuyendo un "status" diferente a cada una de ellas. El estudio analiza perfectamente la construcción de los sistemas literarios empleados en cada caso, y da por hecho que los que mantienen un sistema literario complejo para el niño deben, forzosamente, ser reescritos. Me pregunto si, en el contexto de la literatura infantil, no nos olvidamos con demasiada facilidad de que además del niño y el libro hay un adulto con otras responsabilidades que las de vender un producto de consumo. ¿Por qué nos empeñamos en dejar a los niños siempre solos con el libro?


Si bien es cierto que el propio Lewis Carroll sintió la necesidad de "explicar" su historia y reescribirla de nuevo, no podemos pasar por alto que la historia original, Las aventuras de Alicia en el mundo subterráneo, surgió, de forma oral, durante un paseo en bote por el Támesis. Alice Liddell, que contaba entonces con diez años de edad, quedó tan fascinada por la historia que le pidió a Charles Dodgson, nombre auténtico de Lewis Carroll, que se la escribiera. El autor, en esa primera versión de Alicia, tuvo, además, el papel de mediador; Alice Liddell quedó fascinada por un cuento que no recibió negro sobre blanco y en solitario, sino con los gestos, los silencios, y las entonaciones de su autor-narrador. Además, por lo que sabemos, quienes animaron a Dodgson a presentar el libro a Alexander Macmillan ejercieron también de mediadores entre el libro y el niño.


«El texto más conocido, el de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, fue la segunda versión escrita por Carroll después de que sus amigos le animaran a publicar como libro el manuscrito que ellos habían tenido la oportunidad de leer. Se dice que el novelista Charles Kingsley encontró el manuscrito en casa de Liddell y animó a la señora Liddell a convencer al autor para que lo publicara. Pero Carroll no estuvo convencido hasta que George MacDonald se lo leyó a sus hijos con un éxito aplastante. Con todo, no estaba satisfecho porque no era «suficientemente ambivalente».» (Zohar Shavit, 1999:159)


A pesar del tremendo éxito que supuso su Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll escribió aún una tercera versión del cuento, El cuarto de Alicia, dentro de un sistema univalente adaptado totalmente a los niños. Hay que hacer notar que esta última versión, así como las numerosas adaptaciones de otros autores al público exclusivamente infantil, nunca tuvieron el éxito de la anterior.

El análisis de las tres alicias de Carroll puede, además de ofrecer un punto de vista metodológicamente perfecto para el estudio de los polisistemas, aportarnos puntos de vista interesantes para reflexionar sobre la relación del adulto (autor y/o mediador) con el niño en el ámbito de la literatura infantil.


«Por ello, un texto ambivalente proporciona al escritor infantil un más amplio espectro de opciones para manipular el texto que un texto univalente. El escritor tiene la posibilidad (inconcebible en otras ocasiones) de producir un texto compuesto de modelos que están en desacuerdo con el sistema de la literatura infantil. A decir verdad, los modelos del texto están también en desacuerdo con los modelos predominantes del sistema para adultos (si no, podrían haber sido aceptados como textos para adultos); es precisamente su desacuerdo con cada uno de los sistemas y el hecho de que no podrían ser aceptados exclusivamente por uno de ellos lo que hace posible su aceptación simultánea por parte de ambos.» (Zohar Shavit, 1999:152)


Me pregunto si por este camino no se podría llegar también a la conclusión de que la buena literatura infantil ha de poder estar de acuerdo con la literatura infantil y con la de adultos, compartiendo la mirada conjunta y esperando al niño que quiere ser adulto, que necesita saber quién es él.

Personalmente, apuesto por los libros que hacen dudar al adulto a la hora de colocarlos en las estanterías infantiles y que impulsan al niño, caso de encontrárselo en el suelo, a colocarlos en la estantería de sus papás. Como escritor, creo que la literatura infantil tiene más de tránsito que de adecuación, que es un buen síntoma que no se adapte bien a ninguna estantería y, sin embargo, encaje perfectamente entre manos de tamaños muy distintos; me interesa, sobre todo, la literatura infantil que a veces precisa de la entonación o el gesto del adulto, de una iniciación minúscula para hacer comprender al niño que los caminos que se bifurcan dentro de ese libro conducen a territorios importantes.


«En el momento de la publicación, sin embargo, el texto debe ser rechazado por uno u otro sistema a fin de ser aceptado por cada uno. Sólo dirigiéndose tanto a los niños como a los adultos y aparentando que el texto es para niños, puede el escritor hacer posible la doble aceptación del texto. Los adultos están dispuestos a aceptarlo como un texto para niños porque son capaces de leerlo debido a su nivel de «sofisticación» («sofisticado» para los niños, claro). Su «sello de aprobación», por otro lado, abre aparentemente la vía hacia la aceptación del texto en el sistema de la literatura para niños (aunque ellos no comprendan el texto en su totalidad y no tengan por qué hacerlo, según los criterios adultos).» (Zohar Shavit, 1999:152-153)


Para ir más allá quizás no sea lo mejor entenderlo todo aquí. Sigo sin poder responder a la pregunta que la Oruga Azul formula sentada sobre su hongo; pero sé, lo supe ya entonces, que las cualidades de un buen libro de literatura infantil pueden ser, precisamente, las del hongo de la Oruga: un lado te hará crecer, y el otro te hará menguar.


Sergio Lairla


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