“Volli, sempre volli, fortissimamente volli”


En Italia es célebre la frase del dramaturgo Vittorio Alfieri (1749-1803). Aristócrata y viajero, amante de la buena vida, según cuentan mi padre y la historia de la literatura italiana (aunque es a la versión de mi padre a la que amo ceñirme), decidió un día atarse a la silla para leer, estudiar y trabajar, desoyendo el poderoso llamado de la carne que, vista su total disponibilidad económica, le instaba a salir y pasárselo bien.

De allí la frase que mi padre pronunciaba con intención dramática y mi imaginación visualizaba siendo pronunciada en un bajo techo de madera, en pleno invierno, sin estufa, por un hombre sentado en un diminuto escritorio, bajo la débil luz de una lámpara de aceite, envuelto en numerosas capas de ropa, chales y mantas.

Supongo que tan incongruente ambientación venía dictada por la idea de que la voluntad puede ser –de alguna manera– estimulada por la privación. Al parecer la voluntad de Vittorio Alfieri, según lo que cuenta en sus memorias, se vio estimulada por algunos reveses (de naturaleza más bien amorosa) propiciados por su carácter inquieto y un tanto precursor del romanticismo.

A mí, la imagen del dramaturgo, atado a una silla y que escupe las palabras “volli, sempre volli, fortissimamente volli”, siempre me ha fascinado, aun sabiendo que tanto el contexto recreado por mi padre, como mi imagen mental respondían con poca fiabilidad a los hechos que realmente acaecieron.

Y me gusta pensar en todo esto en relación a los temas de los que hablan los dos post precedentes de este blog: la reflexión sobre el lenguaje en la literatura infantil y sobre la literatura propedéutica.

¿En qué medida una simplificación de lenguaje, de trama, de estructura de una historia puede tener algún valor en el acercamiento de una persona a la lectura, es decir en estimular su curiosidad e interés?


El tormento de Prometeo, Rubens, 1611-1618, Philadelphia Museum of Art


El educador que sabe qué palabras pueden aparecer en un texto infantil no puede no recordar el maestro del que habla Joseph Jacotot, que, al suministrar conocimiento con contagotas y al mantener el paso ulterior bien guardado, crea una situación de dependencia intelectual, en la que el estudiante no tendrá acceso a la paridad y por lo tanto al diálogo honesto.

Se trata por un lado de ir adquiriendo una forma mentis acostumbrada a cuestionar poco, a toparse con dificultades relativamente pequeñas y que finalmente no aspira a lanzar hipótesis, suposiciones a verificar, a buscar soluciones alternativas que se salgan del sembrado. Y por otro también de la falta de un estímulo que coloque el saber en un nivel de anhelo, en el lugar de una carencia que se hace punzante y molesta, que desee uno superar. Y esto aplicado en un contexto de la facilidad, al menos a nivel medio y en Europa. Es decir que el día a día en el que nos movemos está marcado por la facilidad de comunicación, transporte y consecución de las cosas. El espacio para el esfuerzo queda cada vez más acotado, para empezar en el propio ámbito del saber, dónde la facilidad cae fácilmente en el desinterés, llegando un paso más allá de lo temido por Joseph Jacotot.

De hecho, y según el estudio de Jacques Rancière, a Joseph Jacotot le fue realmente mal. Y es que sus ideas les encantaron a los progresistas que acabaron por integrarlas en el sistema de enseñanza oficial, sin darse cuenta de la incompatibilidad entre la enseñanza universal de Jacotot y la institución social.

Es muy sencillo: el gobierno no le debe la instrucción al pueblo, ya que la instrucción es como la libertad: se toma, no se recibe. Y aun así (y resumiendo de una manera un tanto atropellada) las buenas intenciones progresistas que vieron el potencial del método de Jacotot, al tratar de integrarlo en las instituciones, acabaron generando un monstruo en el que poco a poco fue tomando importancia el examen, la prueba del aprendizaje.

Si en las intenciones de Jacotot el examen tenía que constituir una herramienta casi de autoevaluación del estudiante, se ha llegado realmente a vincular (“atar” sería probablemente un termino más correcto) el éxito del aprendizaje a una serie de preguntas clave, preconfeccionadas, a menudo dedicadas a comprobar el conocimiento de una serie de datos. Cuando realmente más que los datos habría que destacar porqué los datos, ciertos datos en ciertos ámbitos son importantes. Quizá porque el conocimiento de algunas fechas históricas, por ejemplo, sirve para trazar relaciones entre el surgir de corrientes literarias o movimientos, en definitiva, sirve para tener un marco a partir del cual razonar; por lo demás la bondad de ese conocimiento en sí misma es de naturaleza anecdótica.

Vincular/atar los exámenes a una serie de requerimientos oficiales, lleva a menudo a pasar por alto algunos méritos de los estudiantes en pos de unos estándares algo burocratizados. Sobre todo es preocupante en relación a las inmigraciones actuales y a los diferentes usos del español o al aprendizaje del español por extranjeros.

Luego, como siempre, se corre el riesgo de perder por el camino el significado real de las cosas y su valor, llegando a los extremos absurdos descritos en el ámbito de la escuela estadounidense en libros como Freakonomics de Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner (publicado en español por Ediciones B, 2006) y representados en obras como la magnífica serie televisiva The Wire que centró su tercera temporada en el ámbito de la escuela. Como en Estados Unidos el buen resultado en los exámenes de estado de los estudiantes de una escuela repercute en los fondos y las ayudas que recibirá la propia escuela en futuro, en Freakonomics se analiza cómo llegaron unos profesores a “mejorar” los exámenes de sus propios estudiantes (es interesante el método con el que se descubrió el engaño); y en The Wire se ahonda en la paradoja por la que de repente la escuela deja de enseñar para dedicarse a proporcionar atajos para preparar los alumnos a superar el test.

Es increíble la facilidad con la que lo importante se va perdiendo por el camino. Increíble y real, ya que de estos despistes están llenos los libros de historia. En realidad toparse con cierta dificultad es lo que estimula, despierta y hasta lleva a reconocer una pasión. El exceso de simplificación acaba en el mejor de los casos en un inagotable aburrimiento.

Arianna Squilloni

P.D. Como la canción que aparece en los títulos de crédito de las cinco temporadas de la mencionada The Wire es una de mis canciones favoritas de todos los tiempos, os la dejo en una versión de su autor, Tom Waits.



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