Literatura neutra

Acaso la neutralidad sea virtud para el político o para el hombre de negocios. Pero sin duda es un delito para el artista y una falacia. Al rebufo de lo que se ha planteado en las últimas entradas quiero plantear la neutralidad como una de las debilidades más frecuente y común en literatura infantil. Neutralidad que actúa en favor del utilitarismo didáctico y por servidumbre hacia el political correctness. Pero, en cierto modo también, como reflejo de la poesía light, de la pequeña ocurrencia, de la anécdota simple o del gusto por lo banal, tan en boga.


La neutralidad es ese terreno de nadie forzado para que todo el mundo quepa. Sin embargo, este esfuerzo no es de utilidad para el artista. Un libro neutro pasa por el compromiso ideológico de puntillas. En ellos se habla de lo importante sin decir nada o se le da importancia a “no decir nada”. Por eso la literatura neutra te deja vacío. Quizá su función sea la del entretenimiento o quizás sea la de neutralizar cabezas. Quizás ambas cosas vayan juntas. Algunos de estos libros incluso pueden adoptar la apariencia de libros interesantes, incluso algunos pueden pasar por libros comprometidos. Porque con profesionalidad se pueden manejar las formas.


Estoy pensando en un título, aunque podrían ser doscientos: Paraíso, del autor francés Bruno Gibert. Publicado en España por Los cuatro azules en el pasado año y originalmente por Éditions Autrement en 2007, es un álbum ocurrente que ha reunido excelentes reseñas. El trabajo cumple canónicamente con los requisitos del género álbum. Un texto brevísimo expresa en la voz de un niño de nueve años el recuerdo por el abuelo fallecido y las dudas acerca de la vida más allá de la muerte. La particularidad es que cada frase se ve acompañada, a modo de comentario gráfico, por una señal de código icónico diferente, ya sea de tráfico o de información. Todo indica que el autor ha decidido aprovechar el contraste entre la simbolización, presente en la señalética, y las ideas sobre el más allá. Quizás para mostrar al lector cuánto puede dar de sí la manipulación del lenguaje codificado de la imagen. Y no digo que esto no sea interesante, en principio; pero éste es el típico ejemplo en el que la ocurrencia formal ha forzado un trabajo que, por lo demás, no tiene nada que decir fuera de lo que son clichés ideológicos y que podrían resumirse así: 


El paraíso, exista o no, debe de ser algo parecido a una gran ciudad donde todo es perfecto (quizás algo aburrido?), pero donde, desde luego, cabemos todos. La reencarnación es algo así como el reciclaje; estaría bien, siempre y cuando podamos elegir, ¿no? Aunque lo que mi abuelo me dice desde el cielo es que ame con pasión la vida.


Está claro que ésa no es la voz de un niño de nueve años. Está claro que la reflexión no encierra idea alguna aprovechable para la poesía y que como filosofía se queda corta. La literatura neutra es un fraude y la forma visual, a menudo contribuye a maquillar la mentira. En este libro hay cosas que no pueden negarse: hay tema y hay juego visual. Pero nada nos conduce más allá de las apariencias. Uno entre doscientos. ¿Haremos algún día esa lista de doscientos?

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