Muerte del autor


De esta manera se desvela el sentido total de la escritura: un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, una contestación; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino, pero este destino ya no puede seguir siendo personal: el lector es un hombre sin historia, sin biografía, sin psicología; él es tan sólo ese alguien que mantienen unidas en un mismo campo todas las huellas que constituyen el escrito. (…) el nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor. (Barthes, R. (1968) “La muerte del autor”).


Leyendo las entradas de Sergio y de Arianna, sobre todo la de Sergio, sin pensarlo me vino a la mente las palabras de Roland Barthes, en ese ensayo tan famoso sobre la muerte del autor. Si a esto se le une que no hace demasiado tiempo leía uno de los libros que más me ha gustado en los últimos tiempos, Conversaciones de Aidan Chambers (FCE, 2008), obra en la que se reivindica, como en todas las de Chambers, la condición del lector infantil como crítico y constructor del discurso, entenderéis que, sin saber cómo ni por qué, me haya planteado, tras haber sido una defensora acérrima de la teoría de las Respuestas Lectoras, la necesidad de reivindicar la instancia del Autor. Es verdad que la teoría de la Literatura Infantil necesitaba centrarse en el lector para defender su especificidad y a eso ha sido fiel la crítica más rigurosa cuando ha intentado definir ese receptor último del discurso. Sin embargo, quizá sea momento de revisar algún concepto y de entender que detrás de un discurso existe una mente que lo idea, la que deja los huecos vacíos, la que dibuja al lector… Quizá no sólo Barthes mató al autor, posiblemente también lo hagamos quienes sólo analizamos el discurso desde la perspectiva del lector. Éste es la instancia última con la que el discurso se encuentra, bien es verdad. No obstante, hubo una instancia primera. No olvidemos ni su nombre ni sus apellidos con lo que ello implica.

Comentarios

  1. Supongo que la teoría actúa más por reacción que por generación. Por mi parte, soy de los que piensa que teníamos un atasco autorial que había que deshacer, desde la famosa "intención del autor" (que no pasa de conjetura y a muchos lectores nos importa poco) hasta la reconstrucción minuciosa de la biografía a la caza de supuestos traumas reflejados en la obra (con una concepción psicológica tan cutre que casi nadie aceptaría que se le aplicara a sí mismo). Mucha obra de la filología es admirable por su tenacidad, pero no se sostiene de ningún modo con veracidad.

    En parte, la revolución crítica lo deshizo todo como nudo gordiano,
    prescindiendo también de lo útil. Ahora que ya podemos respirar, toca reaccionar de nuevo y recuperar lo útil de cada concepto.

    Sin el autor es obvio que no hay texto porque no hay causa; pero además, el autor también es lector y como tal puede ser consciente de muchas posibilidades, recursos, formas, alusiones sobre las que se puede reflexionar acertadamente. Cuando encima el autor es más listo que el lector —si escribe Eco y el lector soy yo—, es muy probable que la reflexión sobre el autor me permita crecer. Tiendo a pensar que hay un continuo y que el hecho muy acertado de incluir al lector como paso inevitable de la lectura y por lo tanto de la existencia de una obra, no puede comportar borrar todo lo demás. No es muy pulcro ni suena a corbata, pero para mí el círculo del huevo y la gallina explica casi bien que el autor ha sido antes lector. Que el lenguaje vive en el acto de decir + interpretar/entender; lo que no tiene receptor no vive, pero tampoco hay receptor sin emisor.

    Es posible que en la literatura contemporánea, además, el autor vuelva a cobrar protagonismo como instancia asequible (a través de los múltiples medios de comunicación) que puede participar en el diálogo con el lector e intervenir en la recepción de la obra.

    También habría que empezar a valorar el peso del mediador, al menos en la literatura infantil (pero una entrevista en la radio también es una forma de mediación y preparación/deformación del lector). Si presento un álbum cómico, y antes de hacerlo aviso de que se trata de un álbum cómico, los críos se ríen más. Lógicamente, en ese ejemplo solo se potencia, pero también se puede intervenir en otras direcciones...

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  2. Hola, Gonzalo.
    Quizá la historia de la crítica literaria, como la del arte, se escriba a golpe de extremos, por la ley del péndulo a la que se refería Eugenio D'Ors. Quizá por eso, como bien comentas, sea hora de recuperar la figura del autor con lo que ello implica. Más aún cuando se trata de literatura infantil, el reino de los autores sin nombre, que no anónimos.
    Tienes razón al señalar la necesidad de prestar atención a la figura del mediador. En definitiva, él es, en primera instancia, un lector que, a través de su interpretación, condiciona la recepción última del discurso.
    Un saludo,
    Rosa Tabernero

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  3. Leo vuestros comentarios y, estando plenamente de acuerdo, sin embargo, no puedo contener las ganas de puntualizar.
    Todo cambia muy rápido en esta sociedad en la que el tiempo vuela. Cierto que antes de ayer la literatura infantil pudo ser el reino de los autores sin nombre; pero no menos cierto que ya ayer nos despertábamos en la república de la endogamia y el "mundillo literario". Si hoy nos quitamos las legañas y echamos un vistazo al "escaparate editorial" y a los "premios literarios"... ¿Sigo soñando o es éste el día de la dictadura del "nombre de autor"?
    Un abrazo a los dos,
    Sergio

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  4. Me refería con la reivindicación del nombre del autor a la necesidad de entender el discurso desde instancias no únicamente receptoriales, si es que este término existe. Me explico: con los vaivenes de la crítica, tal como explicaba Gonzalo (Darabuc), nos hemos centrado en exceso, posiblemente por necesidad, en la importancia del lector y de su definición. De tal modo que, en ocasiones, se podría entender que es el lector el que decide la estrategia de creación. No es así, al menos en mi opinión. No es únicamente el lector el que construye el sentido casi por efecto espontáneo sino que, en última instancia, es el autor el que diseña la estrategia discursiva. Por esa razón y por la necesidad de reivindicar factores históricos, personales y contextuales que explican un discurso, proponía volver, de otro modo bien es verdad, a pensar en los autores. Más aún, cuando los libros infantiles parecen ser hijos del destino y no de las personas que los generaron. Comprobemos, en este sentido, cuántas obras residen en el imaginario de los lectores sin autor que las asista. Esto no ocurre en la literatura denominada "para adultos", creo.
    Un abrazo,
    Rosa Tabernero

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