Disquisiciones acerca del sobrenatural


Imagen de Cuentos de fantasmas del abuelo de James Flora (Blackie Books)

Resulta llamativo cómo el hecho de citar producciones con contenido sobrenatural lleva de la mano una serie de percepciones (por no llamarlas prejuicios) asociadas a la circunstancia de entenderlas como “cultura de género”: temas peculiares, obras que se apartan del resto, que adoptan sus propias reglas constructivas, que son leídas por lectores de género o bien por lectores poco sofisticados. En resumen, un escalón de lecturas aceptable, pero, eso sí, con una barandilla para elefantes. 

Fue alrededor del año 2005 cuando empecé a escuchar acerca del concepto de “umbral” aplicado a la literatura. Se refiere a esas zonas de paso entre categorías, entre lo canónico y lo marginal, esos no-lugares del análisis literario que no se habitan, no se estudian, no se valoran más que como un pasillo por el que llegar a otras estancias más ilustres. 

En los diferentes escenarios en los que me he ido encontrando desde aquel entonces, los asuntos relacionados con las zonas sombrías me han acompañado de una u otra forma. En mi nube conceptual personal, han estado conviviendo, ahora lo veo, diferentes clases de pensamientos que bordean y pulsan teclas asociadas a términos como “los márgenes, los límites, la adecuación, la moralidad, la ambigüedad, la irresolución, lo Otro, el umbral”. No sé si todos esos conceptos tienen relación semántica directa, pero no dudo que tienen una relación indirecta y empiezo a intuir que se puede seguir un hilo en este sentido. 

Después de unas cuantas lecturas relacionadas, me parece percibir una intención (de los textos, que no de los autores) de emplazarse en zonas sombrías del canon y las categorizaciones al uso. Durante el tiempo que he venido reflexionando sobre estos asuntos, he tratado de acercarme a diferentes producciones de corte gótico para todas las edades, con el siguiente resultado: de cada dos historias leídas (o releídas), una no responde a lo que esperaba encontrar antes de comenzar a leer. 

Cuando esperaba argumentos previsibles, me encontraba con voces retadoras; cuando confiaba en un rato de inmersión, me enfrentaba a un ejercicio de sátira e ironía. Esta reciente experiencia ha reavivado la idea de que existe una visión reduccionista por parte de lectores y literatos acerca de este tipo de producciones. Además, una cuestión que se pone sobre la mesa es si la lectura de cierto tipo de relatos de corte gótico podría asociarse a un ejercicio de pérdida de control por parte del lector, y por tanto a una aceptación de la presencia de ambigüedad de diversos cortes. 

Cualquiera que haya leído críticamente historias góticas, sabrá que la afirmación «las presencias extrañas de los textos fantasmagóricos producen miedo» es a menudo falsa. La aceptación de voces extrañas puede ser un proceso dulce y humorístico como en El fantasma y la señora Muir (R.A Dick), e incluso una marca de distinción: 

Lucy cerró los ojos y esperó a que el pandemonio estallara sobre su cabeza; pero reinaba el silencio, así que los abrió de nuevo para ver a Eva sentada muy plácidamente, como si fuese sorda. 

-Pues claro que está sorda -dijo el [fantasma d]el capitán-, espiritualmente sorda. No puede oírme, solo sintoniza con la tierra y con ella misma. 

(2020, p.74) 

En otras ocasiones, como en Cuentos de fantasmas del abuelo (James Flora), se da rienda suelta a una verbena de situaciones realmente terroríficas que incluyen esqueletos vivientes, brujas, arañas, fantasmas y hombres lobo... para lectores infantiles. Desde la distancia de seguridad que ofrece el marco narrativo con ese abuelo que cuenta la historia en tiempo pasado, y que por tanto sabemos que acaba escapando, la exposición al inframundo es directa a la vez que satírica, y muy divertida:

 

«Imagina lo terrible que sería si te perdieras en el bosque en plena tormenta. ¿Qué harías entonces?».

«No lo sé, abuelo. Meterme debajo de un tronco y morir, supongo».

«Qué va», dijo el abuelo. «Sé que no harías eso porque cuando yo tenía tu edad me sucedió exactamente lo mismo […] Pero es una historia demasiado espantosa para contártela. Podrías hacerte pis del miedo».

(2019, p.8)

 

Por supuesto, el nieto quiere seguir oyendo esas historias, al igual que los lectores (hagan la prueba de cerrar el libro antes de cada capítulo y verán).

 

Si bien existen numerosos ejemplos de parodia del género de terror, es también indudable que, en múltiples ocasiones, enfrentarse a las presencias fantasmales puede suponer un proceso traumático y conducir a la locura de los personajes, como le ocurre a Eleanor Vance en La maldición de Hill House o a la institutriz de Otra vuelta de tuerca. En estos casos, sin embargo, la narración no concluye, y siembra la duda de si el horror reside realmente en la existencia de violentos seres irreales o en la mente de los personajes. Entonces la literatura de terror se convierte en una literatura de psicología del personaje, con un inmenso potencial de alejarse de las teóricas reglas de formulación asociadas a este tipo de textos.

 

Seguramente por razones de adecuación e intención pedagógica, la literatura de fantasmas y seres imaginarios dirigida a niños y jóvenes parece tender en mayor medida hacia una relación amable con “lo Otro”. 

 

Esto se palpa en libros como Los imaginarios (A. F. Harrold), donde la mayor parte de los seres sobrenaturales son aliados de los protagonistas. En otros, como Una canción de muy lejos (ídem.), El libro del cementerio (Neil Gaiman) o Thornhill (Pam Smy), el submundo es una zona de seguridad ante el verdadero terror, que viene directamente de las amenazas y acciones de personas del mundo real. En Un monstruo viene a verme (Patrick Ness), por su parte, la pesadilla que sufre el protagonista es un reflejo simbólico de su mente atormentada por las circunstancias que le ha tocado vivir.

 

Es posible que esté estirando más de la cuenta las líneas que delimitan el género de terror, o tal vez ya han sido estiradas por lectores y autores a lo largo de los años. También es muy posible que este asunto merezca sentarse a reflexionar detenidamente para poder analizar qué queda dentro y qué dejamos fuera cuando hablamos de lo gótico. Probablemente tengamos que lidiar con umbrales, márgenes y zonas discontinuas poco exploradas.

 

¿Realmente es el universo fantasmal de los cuentos ese lugar temible que definimos con líneas gruesas en el imaginario compartido? ¿Se puede defender todavía que se trata de una literatura menor porque está demasiado codificada? ¿Puede un lector saber de antemano lo que se va a encontrar en un libro de fantasmas? ¿Qué ideas obtenemos, qué tipo de pensamientos desencadenamos al leer sobre aquello que nos extraña, aquello de lo que dudamos, lo ajeno, lo otro, lo que no es “nuestro”, lo que perciben otras mentes acerca del mundo que compartimos?




 

 

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