Mira Hamlet, la elipsis salvaje
En el Hamlet de Shakespeare Polonio dice que la brevedad es el alma del ingenio. La parodia del drama de Shakespeare Mira Hamlet, adaptada para libro álbum por Barbro Lindgren y Anna Hoglund, parece escrita para poner a prueba este principio. Una vez escuché a alguien describirlo como el Hamlet para twitter. Aunque habría que contar los caracteres, parece una expresión bastante acertada.
Este libro de formato pequeño, casi
cuadrado, se organiza formalmente con un esquema que se repite. En el lado
izquierdo, un texto que es la mínima expresión de una historia de acción, en la
que curiosamente, se han suprimido los verbos; en el derecho, las ilustraciones
enmarcadas como si del decorado de un teatro se tratase. Y en ambos, un juego
de interjecciones y onomatopeyas que la hacen aún más efectista: “Hamlet zas con espada hermano de Ofelia. Glu,
glu, glu. ¡No bebas Gertrud!”
En el álbum, un narrador en tercera
persona nos enumera los acontecimientos más importantes que transcurren en
escena. Es un narrador que conoce la historia y la naturaleza de los personajes,
pero que no entra en matices, emociones o sentimientos. Eso lo deja para el
narrador visual, quien sabe más y nos cuenta lo que el texto ni tan solo señala,
el cual, en todo caso, requiere de una mirada atenta. Descubrimos así la
relación entre el nuevo papá rata y la madre conejo que se besan sin reparo
ante la tumba del padre. O los vemos acostados en la habitación contigua, donde
apreciamos que la rata se ha quedado con la esposa conejo y la corona del padre
de Hamlet.
Mira
Hamlet tiene
una lectura adulta,* conocedora del referente al que alude (o al menos de las
pasiones humanas). Aquí la risa viene de la transformación del drama en
comedia, de superar la elipsis argumental con lo que sabemos, y entender la
parodia. Pero ese acercamiento humorístico, con la actuación melodramática de
los personajes (me encanta la madre coneja muerta con la lengua fuera) provoca otro
nivel de disfrute: el de una lectura infantil, o la de quien no conoce el
referente.
Nos encontramos ahora ante un adorable
conejo con corona que llega con su maleta a un castillo y que está, según nos
informa el texto, NO contento porque su padre ha muerto (necesitaríamos aquí al
monstruo de colores para que le ponga en orden las emociones y nos aclare cómo
se encuentra en realidad). Cuando se le aparece como fantasma, el muerto le
revela que su nuevo padre es el asesino (también de la familia de los
roedores). Tras la muerte de su amada Ofelia la raposa, y ante el ataque de un
zorro (¿familia de Ofelia?) el adorable conejo cambia su cara de tristeza
profunda por sorpresa, a la que sigue una violencia descabellada.
Ya desde su título, Mira Hamlet, el libro nos coloca de
espectadores y propicia una distancia lo bastante segura como para acercar a
edades tempranas, temas complejos. Recurre para ello al humor, (negro) al uso
de animales antropomórficos o las elipsis argumentales, la exageración y la
teatralización de las imágenes.
Se trata de una distancia, de una
parte, temporal. Ya no
vivimos en ese contexto histórico
y social de espadas y venganzas mortales
(Hamlet fue escrita entre 1599 y 1601) y la violencia, habitual en
aquellos momentos, nos parece ahora innecesaria y desproporcionada. Y de otra
parte, una distancia situacional y
emocional.
Humor, infancia y lenguaje. Slapstick, cine mudo y cachiporrazos
Para alguien que no conozca la
tragedia de Shakespeare, el álbum es una sucesión de desgracias y
exageraciones. Como en una película de Chaplin o en el teatro de polichinela —donde
las limitaciones del medio hacían que se recurriese al lenguaje corporal y el slapstick para hacer reír— el
reparto de golpes sin sentido es el que construye la historia.
La risa es un efecto fisiológico, el
humor (que también tiene un componente emocional) está relacionado con el
lenguaje y la palabra, y es un proceso intelectual. Cuando la destreza verbal no
está desarrollada, el humor viene de lo corpóreo. Como dice Bergson** “[…] es necesaria una momentánea
anestesia del corazón para que la risa se pueda producir”. Y este
libro parte de esa premisa, pero va más allá. La desconexión, esa “anestesia”,
es constante. Aunque en este caso, el humor no es el elemento distanciador (que
también). Es la elipsis la que nos coloca fuera de la narración. Una reducción
salvaje del argumento provoca que el vínculo emocional con el lector, más allá de
las caras de tristeza del adorable conejo Hamlet, no llegue a producirse. Para
ello es necesaria una recomposición mental de la historia que seguramente los
más pequeños, no podrán hacer.
Al fragmentar la historia, esta pierde
su contexto. Se pierde el proceso por el que la tristeza se transforma en
sorpresa y después, en agresividad explosiva y violenta. La venganza, sin las
pasiones que la acompañan, se transforma en una sucesión de actos alocados que
acaban en un “todos contra todos”. La violencia se convierte en nonsense. Faltan elementos
narrativos que permiten comprender las emociones que impulsan sus actos, sin
los que no es posible la identificación con los personajes. Lucha con espadas,
muerte y personajes ensangrentados por el suelo, forman parte de los recursos
humorísticos de la obra. Los adultos se ríen de la parodia, los niños de la
exageración y el absurdo que queda: una representación de polichinela que
provoca la risa.
Como en los cuentos del folclore oral,
la violencia o la venganza se muestran sin cuestionamientos morales y sin
apelar a la empatía con la víctima. A pesar de las reticencias de algunos adultos,
aquí no hay peligro de que, al leerlo, los niños se dediquen a matar a
espadazos a quienes les rodean. Probablemente les baste saber que el papá “malo
malísimo” es castigado. Lo otro tiene que ver más con distinguir entre realidad
y ficción, y con que su contexto familiar y vital no sea violento.
Pensar que la violencia es mala
malísima y la solución es suprimirla de los libros para niños es hacer una lectura
literal y simplificadora, llena de miedos adultos, que no entiende lo que es la
literatura ni el humor. Reconocer que existe un deseo (agresivo) de venganza,
sin escandalizarse, es reconocer nuestra humanidad. No llegar a ejecutarlo es
consecuencia de la civilización.
Esa distancia, que la falta de
contexto genera aquí para provocar la risa, es precisamente el problema de los
libros sobre emociones para niños (que ni enseñan emociones o empatía ni son
literatura). Las presentan como conceptos abstractos y no causan emoción alguna.
Es en la relación con los demás que podemos elaborar lo que sentimos, ponerle
palabras y aprender de ello. Y ahí sí, algo pueden aportar la literatura y la
ficción al permitirnos recrear y experimentar otras formas de sentir.
En fin, Mira Hamlet es un
libro que desde el humor familiariza al lector con el funcionamiento de la
elipsis argumental, que obliga a un juego de observación y reflexión para
llenar los huecos, que amplía el universo estético del joven lector y lo
vincula con un referente de la literatura universal. Pero sobre todo es un
libro que cuanto más lo lees, más te ríes.
Celia Blanco Vallejo
Dinamiza el blog sobre ficción y literatura infantil, Vecinas de escalera y realiza tareas de mediación lectora en escuelas y bibliotecas. Participa como invitada en las actividades del Círculo Hexágono con la preparación de su estudio Agresividad, humor y corrección política. La censura del sí y la desaparición de los niños perversos (título provisional).
* Seleccionado en la lista White Ravens de 2019, allí está recomendado para niños a partir de cuatro años. Sin embargo, publicado en España por Thule en su colección de libros para joven adulto.
[i] BERGSON,
H. (1983). La risa. Ediciones Orvisa
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