Artilugios de la ilusión



Todavía hoy los artilugios y dispositivos del pre-cine tienen la capacidad de sorprendernos. Con sus rudimentarios mecanismos, el feliz encuentro que propician entre la técnica y el arte, el sutil cuestionamiento que insinúan y el goce del autoengaño que experimentamos al contemplarlos, siguen propiciando experiencias tan placenteras como lúdicas.


Sus mismos nombres conservan un misterioso encanto: fenasquistiscopio, praxinoscopio, zootropo, taumatropo, folioscopio, anaglifo, diafanorama, miriorama, linterna mágica… Y cuando tenemos la suerte de contemplar una antigua colección, no deja de sorprendernos el predominio que tienen, entre juegos, caricaturas y divertimentos, tres grandes géneros: lo religioso, lo exótico y lo erótico. Y es que quizás es justamente en estos tres ámbitos donde se expresan mejor la ilusión y la fantasía humana.
Que las cosas no son como parecen, que los lindes entre la realidad y la fantasía son movedizos, que lo más misterioso habita incluso en aquello que nos resulta cotidiano, que somos capaces de crear realidades paradójicas, que el juego y el humor consiguen trastocar cualquier norma y autoridad… son sólo algunas de las reflexiones que las efímeras narraciones del pre-cine llevan consigo.


Mientras que el grueso de la literatura infantil española sigue teniendo el peso moralizante, didáctico y asfixiante de la contrarreforma; de la ilusión y la fantasía parece que sólo se ocupa la publicidad. Quizás viene siendo hora de que reconstruyamos un pasado en el que se recupere una tradición fantástica que bien podemos remontar hasta El Bosco y que entre juegos visuales, metamorfosis, equívocos, sensaciones de movimiento proyecten sus luces y sombras sobre nuestro desilusionado presente.

  
Gustavo Puerta Leisse.

ilustraciones de Elena Odriozola

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