Ser sin pecado un adorno


Han dejado un libro sobre mi mesa. Se trata de uno de tantos álbumes recientes de una editorial relativamente nueva que apuesta por la imagen y el diseño con bastante éxito. Lo miro una vez, lo miro dos veces, y desaparecen las ganas de hacerlo una tercera: otro libro-anécdota más. No es que no me guste; me disgusta directamente. Le concedo “cierta” ocurrencia, pero nada más: tapas duras, buenas críticas (es decir, que aparece “reseñado” en los lugares precisos) y un precio que considero excesivo para un libro que sólo nos vende una ocurrencia. No es que no me guste; me disgusta porque, como diría un amigo mío, “éste es de los peligrosos, de los que hacen creer que guardan algo”.

Inmediatamente después leo un artículo sobre los primeros poetas de la democracia. Estos jóvenes poetas, jovencísimos algunos, reivindican “...unos versos de fusión íntima que huyan de la militancia”, la historia y los problemas sociales les interesan “...pero desde el individuo”. El artículo, en su versión on-line, recoge comentarios de lectores que, sin embargo, apelan al compromiso del arte con la búsqueda de la verdad, de la propia identidad del artista y su relación con la sociedad. A mí, particularmente, ese huir empecinado del posicionamiento explícito me inquieta; pero, sobre todo, me preocupa esa devoción por el mundo emocional del individuo.

Busco en las estanterías y entresaco algunos títulos de la poesía que se publica hoy para los jóvenes: tan transparente, tan cristalina, tan sin color de fondo. Parece que estamos en los tiempos del prêt-à-porter y del emoticono.

Pero esos poetas de los que habla el artículo no son los únicos. Hay otros poetas nacidos en la democracia, jóvenes y jovencísimos, que apuestan por el compromiso y la militancia directa. Existen, no es difícil encontrarlos en los blogs, no sé si porque no encuentren espacio en las editoriales o porque, directamente, prefieren hacerse espacio en tierra de nadie. ¿Son las editoriales las que marcan el tiempo que toca o, simplemente, se suben al carro de los tiempos? Tal vez las dos cosas, en el fondo, son la misma. Yo, puestos a hilar, vuelvo a pensar en el álbum que miraba antes de todo esto y (quién lo iba a decir) lo abro una tercera vez. Pues eso, que es como dar diez vueltas a la misma plaza mirando de reojo los escaparates; por más vueltas que dé no llegaré a ninguna parte.

Entre los comentarios al artículo, uno de esos lectores recordaba algunos versos del poema La poesía es un arma cargada de futuro. Yo, después de dudar si terminaba dando el título del álbum o copiando esos versos, me inclino por Celaya; álbumes como ese, hoy, podría haber doscientos.

(...)

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

(...)

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

Comentarios

  1. Dar el título habría permitido situar mejor tus consideraciones. Hace poco leía una crítica de la crítica, de Javier Marías, donde decía que lee los libros entronizados y le suponen una decepción; pero como yo no sé si se refiere a Bolaño o a Pérez Reverte, que los dos tienen trono, me quedo bastante in albis.

    Sin embargo, ¿a quién elige uno como víctima para singularizar? Cuando de veras podría citar uno en un minuto otros veinte títulos con las mismas deficiencias, elegir uno solo recuerda la imagen del chivo expiatorio. Hasta ahora yo nunca me he decidido a señalar con el dedo tan abiertamente, por esa razón y otras que se cruzan. Al final, sin embargo, no sé cuánto (es una duda, no una pregunta retórica) perdemos en conjunto.

    Para valorarlo me pongo a mí como objeto, imagino que me toca recibir como autor. Sin duda, en lo que me conozco, me sonrojaría, me quemarían las orejas, me sulfuraría, me entrarían ganas de llorar y me arruinaría el día. Pero, ¿esa sinceridad no me ayudaría a salvar días futuros? En lo personal, seguro. En el delicado equilibrio de la imagen pública, a saber. Es una clase de aire difícil de pesar en ninguna balanza objetiva.

    Luego me pongo en la experiencia como crítico (con todas las salvedades que se quieran), y constato más de una respuesta acre a comentarios suaves (ni eufemísticos siquiera). Si subo la intensidad de la afirmación y sube la intensidad de la respuesta, me veo aprendiendo defensa antihacker. No tengo tiempo ni energía para guerras de raíz personal.

    Perdón por el rollo. Tus notas siempre dan que pensar y ahora me he animado a compartirlo porque más de una vez me he planteado dudas similares.

    Saludos

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  2. Hola, Gonzalo. Tu comentario es certero y lleva directo al fondo de la cuestión. Creo que, en general, los autores (y editores, por supuesto) estamos muy lejos de asumir una crítica negativa con el espíritu de auto análisis que debería surgir de ello, y más lejos aún de recibirla con la naturalidad y dignidad necesarias. En el fondo de la cuestión se encuentra, sin duda, la ausencia de una crítica cualificada y analítica y la sobresaturación de “reseñas” que, con poco disimulo y mucho descaro, sólo buscan una publicidad encubierta. Los autores no estamos acostumbrados a que alguien destripe nuestras obras, y los editores parecen no estar dispuestos.

    Cada vez (y han sido varias) que han surgido movimientos y manifiestos pidiendo crítica, a mí me ha venido a la mente la imagen de las ranas pidiendo rey ¿Y quién critica a la crítica?, se dice entonces, y esa parece ser la pregunta que pone punto final al tema. Y hasta la próxima.

    Lo cierto es que sin una verdadera crítica estamos abocados al mismo destino que aquel del ciego al que los dioses, para maldecirlo, le retiraron de su camino todos los obstáculos.

    Entre la fábula y el cuento sufí, a mí, personalmente, me da más miedo el cuento del ciego; la historia es diestra en derrocar reinados.

    Sergio

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  3. La crítica está vendida. Eso dicen. En LIJ está amordazada. La crítica ejerce autoridad intelectual: el codiciado poder que moviliza tendencias. Todo lo que representa autoridad esta hoy día de crisis. Por eso, hoy más que nunca se precisa de un espacio crítico dialógico donde el ejemplo y los argumentos permitan vislumbrar claramente un enfoque personal. El enjuiciamiento es tarea individual porque su valor no puede ir más allá de lo relativo, pero eso no significa que los argumentos no existan. Hoy, más que nunca es difícil ejercer la crítica. Cito estas palabras.

    “A excepción de algunos conocidos voceros, la cautela parece presidir hoy en día la actividad crítica. Una actividad que parece moverse con holgura y, al mismo tiempo, atrapada en la extensión y comprehensión de una materia prima, el arte, que no consiente una cómoda delimitación.(...) En una tesitura como la actual, en la que tanto tributo se rinde al lanzamiento de los dados y al fragmento, a la efervescencia y a la diseminación, donde tan profunda es la crisis de la interpretación artística, no debiera sorprender la carencia de balances sistemáticos, ni que la crítica se prodigue de una manera fragmentaria y dispersa en lo que es fugitivo.
    (...) En todo caso (la presente condición) se nutre más de las flaquezas que de las fortalezas modernas, se caracteriza más por resquebrajar que por apuntalar sistemas, sintoniza más con las salidas perspicaces de emergencia que con las seguridades de las construcciones.”

    Marchán Fiz, Simón, 2009, “Epílogo sobre la sensibilidad “posmoderna” en Del arte objetual al arte de concepto. Madrid. Ediciones Akal, pp. 291

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