QUE LLEGA EL LOBO

El lobo es la figura más fascinante de la primera infancia. Se suele asociar esa fascinación con el miedo atávico al depredador, a la oscuridad, y se cree que la literatura infantil la emplea como advertencia para inducir una conducta socialmente aceptada como correcta.

Yo creo que hay algo más complejo tras la mirada de los niños que me escuchan; Opino que el lobo no es el miedo sino la necesidad.

Antes de nacer, la necesidad no existe: Ni el hambre, ni la sed, ni el frío; Todo llega en el vientre de la madre sin peajes. La necesidad es la que provoca el parto: El espacio se agota, la carne empuja, y nos vemos impelidos a buscar nuestra primera bocanada de aire. A partir de ahí todo será necesidad: Eso es la vida. Por más que los adultos queramos seguir manteniendo el espacio tibio y sin conflicto de nuestro bebé, éste ya es un ser separado de la madre y con sus propias batallas.

¡Es tan pequeño! Para todo precisa de nosotros. Y llora, cruzando el bosque de la distancia, para alcanzar nuestro oído y con ello el sustento. Ha superado su primera prueba, pero en los cuentos nunca hay una sola.

El niño es, débil e inexperto, Caperucita, los cerditos o las cabritillas; Y debe enfrentarse al lobo irremediablemente para aprender en “carne propia” la inapelable verdad: Hay que sobrevivir para crecer. Pero el ser humano no es un animal como los otros: Es un ser histórico, que no triunfa por la fuerza del individuo sino por la experiencia trasmitida de su especie. Y las narraciones orales traen la salvación, incluso cuando todo parece perdido, únicamente para el que escucha. No es el consejo en sí el que trae la victoria, sino la actitud del más pequeño que está dispuesto al aprendizaje.

No existe manera de explicar esto a los niños: Tienen que experimentarlo. Enfrentarse al lobo. Y pedirán mil veces el cuento con que cumplen su destino, hasta el día en que salgan del vientre de la fiera convertidos en héroes. Entonces les fascinará su propia imagen.

Pero eso, claro está, es otra historia.